Decía Gilbert K. Chesterton que el hombre siempre es mucho más extraño que los hombres. Con más razón en este mundo globalizado. Desde que Canetti escribiera Masa y poder, los comportamientos de la multitud son cada vez más previsibles. Estudios estadísticos, algoritmos, pautas conductuales y cálculos matemáticos los predicen con mayor precisión día a día, detectando y analizando las tendencias colectivas, ya sea para elegir una marca de vaqueros o votar a un determinado partido.

Otra cosa sería conocer en profundidad a los individuos.

Aplicando el adagio de Chesterton a la actualidad electoral, vemos cómo vascos y gallegos están respondiendo más que previsiblemente a los vaticinios de sus comicios autonómicos. Si las encuestas no yerran, ambos electorados seguirán apoyando a quienes ya gobiernan: el PP en Galicia, el PNV en el País Vasco. Incrementando incluso sus sufragios en una deriva conservadora acorde a los tiempos de crisis. Nada arriesgan con su voto porque ambas fuerzas, los populares gallegos y los nacionalistas vascos se parecen como gotas de agua en sus políticas económicas e ideología religiosa y social. Burguesías cristianas acomodadas a un poder que les sostiene, desde el que reparten y para el que obtienen triunfos electorales. A la mayoría de gallegos y vascos debe irles bien porque no quieren cambiar y sí seguir por la misma senda, profundizando en sus modelos de desarrollo autonómico, más avanzado el del PNV por la presión permanente de sus votos en el Congreso.

Pero Chesterton nos decía: el hombre es más extraño que los hombres. En esa línea, Iñigo Urkullu sería más raro que la mayoría de los vascos, y Alberto Núñez Feijóo más extraño que el conjunto de los gallegos. En apariencia ambos líderes se muestran tan rutinarios como su acción de gobierno o como los argumentarios de sus partidos. Lo realmente raro es que Feijóo no se atreviese a dar el paso al frente para relevar a Rajoy en el PP, evitando el ascenso de Pablo Casado. O que Urkullu haya vendido la independencia por un arancel. Siendo esas zonas oscuras de sus conciencias las que todavía no barema el big data, y que dan, como casi siempre, la razón a Chesterton.