Solo he estado una vez en la cárcel. Algunos internos habían leído un libro mío y entré acompañado por el educador. Tras cada control las puertas se cerraban con un chasquido inquietante. Me costaba tragar saliva. La asistencia era voluntaria, pero la sala se llenó; en la cárcel hay que matar el tiempo, de eso se trata. Al final de la charla un preso de mi edad preguntó: «¿Qué se cree que lo separa a usted de mí?» Me desconcertó. En la cárcel están los otros, los malos. La cárcel y los manicomios son lugares de los que no se habla. Casi no existen. ¿Qué nos separaba? ¿Por qué él sí y yo no?

¿Se ha preguntado usted qué probabilidades tiene de acabar en el trullo? Conteste a estas preguntas y tendrá una aproximación estadística. ¿Es adicto a las drogas y no puede pagárselas? Si contesta afirmativamente, entra en zona de riesgo; el 65% de los reclusos tiene trastornos adictivos. ¿Posee un nivel educativo o profesional medio? ¿Sí? Vamos bien, porque el perfil del preso es de bajo nivel cultural y vive en un ambiente de exclusión. ¿Tiene pasta? Me refiero a dinero para ir tirando. Me alegro; además de que no necesita robarla, un buen abogado hace maravillas y suele evitar la prisión preventiva. ¿Es emigrante sin dominio del español y debe dinero a la mafia que lo trajo? Se lo pregunto porque el 30% de los 61.000 presos del país son extranjeros. Aunque sea un resumen tosco, el perfil del posible delincuente es un varón (sólo uno de cada diez internos son mujeres), de 30 a 40 años, con escaso nivel educativo o profesional, cercano a las drogas como consumidor o camello, a veces inmigrante no integrado, y sin una familia sólida que lo ampare. Además, la cuarta parte de los encarcelados tiene problemas psiquiátricos.

Vivimos en un país con índices delictivos bajos, por debajo de Suecia, Finlandia o Dinamarca que se suelen citar como seguros. Analizando el perfil del delincuente me vienen a la cabeza las palabras de J. A. Marina: «Lo que no arregle la escuela, lo tendrá que arreglar la policía o los psiquiatras». La educación debe prevenir las adicciones a la vez que el sistema económico tendría que corregir las desigualdades flagrantes. Es la manera de disminuir a la población de riesgo. Pero las prisiones son un mal absolutamente necesario porque siempre habrá venados que atenten contra las propiedades ajenas o la vida, por ejemplo el año pasado hubo 292 homicidios en España.

Como no contesté a la pregunta de aquel interno, me interesé por las condiciones de nuestras prisiones. Por si acaso. En general se respeta la dignidad de los reclusos y se ofrecen alternativas de trabajo y formación. Tanto los funcionarios de prisiones como los jueces de vigilancia penitenciaria ayudan al interno a soportar el trance de la privación de libertad. No quiero volver obligatoriamente a la cárcel, porque solo al salir tragué saliva con normalidad. Ya sé que no he mencionado a esos presos famosos, los de corbata de diseño y uñas negras, que ingresan por corrupción. Le recomiendo que vigile porque la tentación vive arriba. Si no quiere correr riesgos, haga como yo: les he prohibido a los amigos que asistieron a mi boda que me dejen Jaguars en el garaje y que me ingresen millones en las cuentas suizas.

*Escritor