Las conversaciones entre escritores suelen ser ocurrentes, chispeantes, irónicas, eruditas; siempre imprevisibles, divertidas, y en ocasiones profundas, pero casi nunca útiles. Pues la utilidad es a la literatura, como el aceite al agua, o el agua a un buen vino, un concepto extraño.

Lo era, al menos, hasta el pasado sábado. Durante una reunión en la que también estaban presentes Toti Martínez de Lezea, Javier Aguirre y José Luis Gracia Mosteo, José Luis Olaizola comenzó sorprendentemente a argumentar que la literatura, lejos de ser inútil desde un punto de vista pragmático o social, estaba capacitada para contribuir al cambio y la mejora del mundo en que vivimos. Y, para demostrar su aserto, se decidió a ilustrarnos con un claro ejemplo.

Antes de pasar a referirlo, no dejaré de recordar la condición de maestro que avala a Olaizola. Con más de sesenta libros publicados, está en posesión de numerosos galardones, entre los que destaca el premio Planeta de 1983, por La guerra del general Escobar . Dueño de una prosa clásica, y de una notable erudición en materia histórica, es uno de los autores más vendidos en España, y cuenta con el respeto general de la profesión. Ha escrito de todo: desde literatura juvenil a novela adulta, pasando por una biografía de Juan XXIII o una indagación de Juana la Loca.

El caso es que un buen día, una profesora tailandesa, Rasami Krisanami llamó a Olaizola desde Bangkok para proponerle traducir al tailandés uno de sus títulos juveniles, Cucho . El escritor autorizó la traducción y regaló los derechos. Al cabo de unos meses, recibió una carta de la profesora y la foto de una nueva escuela levantada en la selva. Con los beneficios de la venta de Cucho , la profesora Rasami había construido un centro educativo en una provincia rural. Asombrado, Olaizola autorizó una nueva edición de Cucho , de la que se vendieron 35.000 ejemplares. Con ese dinero, Rasami levantó un hospital, también en la selva. Emocionado, Olaizola comenzó a cartearse con aquella extraordinaria mujer, cuya labor, a pesar de la distancia que los separaba, empezaba a compartir. Algún tiempo después, Rasami obtuvo una ayuda para volar a Madrid y se entrevistó con el escritor en su casa de Madrid. Entre ambos se anudó una amistad que sigue perdurando en la actualidad. Rasami expuso a Olaizola todas las iniciativas educativas, sanitarias y sociales que se habían llevado a cabo con los derechos de Cucho y le habló de la desesperada situación de las niñas prostitutas de Bangkok, un contingente de 50.000 criaturas, menores de catorce años, obligadas a vender su cuerpo por unos pocos dólares. Le habló también Rasami de un jesuita español, el padre Alfonso, que había emprendido una auténtica cruzada para rescatar a las pequeñas de su miserable destino, trabajando especialmente en el terreno de la educación. Conmovido, Olaizola autorizó nuevas traducciones de sus obras y destinó sus derechos a la organización Somos Uno , coordinada por el padre Alfonso, que ya tiene en Cajamadrid una cuenta corriente para encauzar las ayudas solidarias. El número de esa cuenta (con la que ustedes pueden contribuir, y que demuestra lo útil de la literatura) es el 20382495316000192025.

*Escritor y periodista