El uso de terminología militar en una crisis sanitaria por la pandemia del coronavirus es una frivolidad. No por desprecio o indiferencia al poder militar, sino por el uso de la retórica de la heroicidad a golpe de titular fácil.

La crisis del coronavirus no es una guerra; es una pandemia que como tal se debe prestar al rigor sanitario, a la previsión política y a la contundencia científica. Por mucho que nuestros líderes, especialmente el Gobierno de España, usen esa analogía camuflada de propaganda no es tal.

Lo que debe ceñir a la actuación de nuestros dirigentes es la buena gestión de la situación. Algo tan fácil de decir pero sumamente difícil de conseguir, y que lamentablemente no se está cumpliendo en las prioridades más inmediatas del país.

La unidad política a nivel nacional está hundida en la misma analogía castrense que debilita su mensaje en 'prime time'. La oposición presta un apoyo puntual al Gobierno con duras críticas a Sánchez, hasta la indecencia de tildar a su Gobierno de criminal o cómplice de las cifras de fallecidos.

O la displicencia de sus socios naturales de legislatura al discrepar de la capacidad del Gobierno en la mayor crisis de las últimas décadas. E incluso en el propio Ejecutivo hay tantos bandos como bandas ideológicas que no aplican la gestión más eficiente por el bien esencial que debe prevalecer.

Y no es otro que la lucha por la vida de los niños de la posguerra que han abrazado a todas las generaciones con un ingente sacrificio de vida. Cuando los balcones recuerdan cada día la prioridad absoluta que tenemos como país, más alejados se muestran entre ellos los líderes políticos.

No ayuda la creciente debilidad de un Gobierno que la construcción del relato contra el virus le ha consumido poco a poco. Su falta de previsión se confunde con las últimos cambios de criterio para explicar cuánto material sanitario es devuelto por ser defectuoso. Un ejercicio que solo provoca incertidumbre.

Un día son 9.000 y a las pocas horas son 50.000. Y nuestros sanitarios ya son los más infectados de todos los países que sufren la pandemia. Es cierto que la expansión de esta era inevitable, pero que España alcance uno de los mayores índices de contagio era evitable.

El cielo está tan ennegrecido por las cifras de fallecidos que solo cabe ser útil. Los que puedan aportar deben continuar sin descanso. Y los dirigentes que estorban, deberían estar callados.