Es una tesis asumida hoy ampliamente en el ámbito de las ciencias sociales y, por supuesto, en la política del «fin de las utopías». Según el Diccionario de la RAE «utopía»: 1. f. Plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización. 2. f. Representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano.

Según Arnoldo Kraus, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México, la frase, «Dios ha muerto», se atribuye a Friedrich Nietzsche, el cual en La gaya ciencia, escribió: «Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado…». Si las utopías han desaparecido y Dios ha fallecido, mientras que los sátrapas, como Trump, Erdogan, Netanyahu, Bolsonaro, Modi, Orban y Putin, y otros más que se reproducen sin cesar, ¿qué será de la especie humana?

Margaret Atwood, escritora canadiense, a sus 80 años señala: «El siglo XX acabó con las utopías. Perdimos la fe en ellas. Hitler, Mao, Stalin, Pol Pot, Mussolini… Todos llegaron anunciando que iban a hacer las cosas mucho mejor, pero primero tenían que… Siempre hay un «primero tenemos que», y suele implicar matar a mucha gente. Nunca llegas a la parte buena…» En la misma línea Enzo Traverso en el 2016 publicó el libro de título muy explícito Melancolía de la Izquierda. Después de las utopías. En la introducción en el capítulo Fin de las utopías, nos dice que el siglo XXI nació como un tiempo marcado por un eclipse general de las utopías. Esta es la gran diferencia con los dos siglos anteriores. A inicios del siglo XIX, la Revolución Francesa marcó el horizonte de una nueva época en la que la política, la cultura y la sociedad iban a sufrir profundas trasformaciones. En el siglo XX, tras la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa despertó una esperanza de emancipación que movilizó a millones de hombres y mujeres en el mundo entero. La trayectoria del comunismo soviético -su ascenso, su apogeo a fines de la Segunda Guerra Mundial y luego su declinación- modeló profundamente la historia del siglo XX. El siglo XXI, al contrario, se abre con el derrumbe de esta utopía, sin que se vislumbre otra sustitutiva en el horizonte. No hay alternativa: capitalismo y democracia. Sus efectos nocivos no tienen nada que ver con el significado de utopía. Yo me inclinaría que lo que observamos es una distopía. De acuerdo con el Diccionario de la RAE, distopía significa, «Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana». Todas las palabras son imprescindibles. Incluso, o quizás sobre todo, aquellas cuyo mensaje contiene dolor, muerte y sufrimiento humanos: refugiados, desaparecidos, violencia de género, sintecho, pederastas, infanticidio, exclusión, desigualdad, pobreza, guerras, terrorismo, crisis medioambiental, pandemias actuales y futuras… Distopía, en el siglo XXI, es una palabra indispensable. Enterradas las utopías -anarquismo, igualdad entre humanos, abolición del hambre- la palabra distopía hoy debería ser de uso común.

Como nos dice el tristemente desaparecido y añorado Eduardo Galeano: «La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar». Sin utopía no existe futuro alguno para la humanidad. La distopía no es futuro. Ya lo advirtió hace cinco siglos Tomas Moro en su libro Utopía. Literalmente utópico significa «lo que no está en ningún lugar». Si bien sabemos que la idea de Tomás Moro, una sociedad que se supone perfecta en todos los sentidos, es imposible, también sabemos, o al menos deberíamos conjeturar al respecto, que en la actualidad es indispensable apostarle a lo complicado y bregar por un mundo donde se cumplan las metas fundamentales de la ética, justicia y libertad.

Por tanto, una dosis de utopía, aunque sea pequeña, es necesaria para sembrar esperanza y paliar un poco las enfermedades que recorren y asfixian el mundo. Menguar los sinsabores de nuestros tiempos es indispensable.

Ni que decir tiene que las utopías nacen desde la izquierda. La derecha ni la de antes, ni la de ahora, no la necesita, ya que, tal como nos predican, vivimos en el mejor de los mundos posibles.

Ser de izquierda exige ante todo reconstruir la utopía: la idea de que es posible un mundo mejor a aquel en el cual vivimos. De ahí la necesidad de construir nuevas visiones de un mundo mejor que tomen en cuenta los éxitos y fracasos de las búsquedas del siglo XX. Ahora sabemos que el principio de la igualdad sigue siendo válido, pero no sacrificando otros derechos, como los de la libertad, la democracia y el respeto a la diversidad. El fanatismo crea monstruos. En primer lugar no perder de vista el objetivo fundamental de toda política económica: el bienestar de las mayorías. Y que la economía está al servicio de la ciudadanía. No a la inversa. E impulsar la democracia hasta sus últimas consecuencias. Las elecciones, el estado de derecho, los derechos humanos son sin duda importantes pero, fracasarán inevitablemente si no los acompañamos de avances en la democracia social y cultural. La historia lo prueba y no hay razón para pensar que se equivoca: la democracia política que tiene como soporte grandes desigualdades sociales, económicas y educativas acaba por naufragar en la dictadura.

*Profesor de Instituto