Hay que reconocerlo: Rajoy la cagó. Tenía veinte minutos de despacho telefónico con Trump, y al cuarto de hora (incluyendo la traducción simultánea del español al inglés y del inglés al español), el emperador le colgó. No porque estuviese enfadado, sino porque se aburría. «¡Uuuaaa!», bostezó el jefe supremo de las fuerzas armadas norteamericanas. Luego dijo a sus ayudantes: «Es servicial, pero plasta».

A quién se le ocurre. Va nuestro Mariano y se ofrece a intermediar con América Latina, la Unión Europea, el Norte de África y Oriente Medio. Hombre, ¡por favor! Donald es una mala bestia, pero ha visto suficiente mundo como para saber que España pinta poco en la América del Centro y del Sur (las cumbre iberoamericanas son un paripé barato al que ya ni van muchos mandatarios latinos), que en la UE no cortamos mucho bacalao y que en el ámbito musulmán... Pues eso.

En cambio, el presidente español podía haberse lucido ante su colega yanki explicándole que en España los ministros de Hacienda defraudan al fisco, los de Industria se manejan con sociedades off-shore y casi todos acaban colocados en grandes compañías. O poniéndole al día sobre cómo es posible estirar hasta 60 años la vida de una central nuclear (Ia de Garoña) y mandar a la mierda las energías renovables. Ahí tenía para presumir: el habitual deshueve inmobiliario, las recalificaciones de suelo a la carta, el éxito de cualquier proyecto guarro, sea en materia de casinos, industrias contaminantes u ocupación de espacios naturales. Y qué decir del manejo de la Justicia, de la instrumentalización de la Fiscalía, del control de los medios (le pregunten a doña Soraya), de la neutralización de los agentes sociales, de la reducción del espacio democrático, de la voladura controlada del principal partido de la oposición y el bloqueo de los alternativos... Seguro que Trump, entusiasmado, le hubiese invitado sobre la marcha a una reunión en la cumbre. Eso sí, allí el único que pondría los pies sobre la mesa sería él. En Trumpilandia, macho alfa solo hay uno.