Se va, por fin, el primer año de un tiempo para olvidar». Se va el año, por fin. El año primero de un tiempo maldito que merece olvido. Es grato (y necesario) olvidar a veces, aunque el año uno del dolor nos haya enseñado algunas cosas, especialmente a creer otra vez en lo necesario. Yo creo que el olvido es blanco, como cualquier modo de inocencia. Y creo que el pasado es la huella de un animal que vuela, y que envejecen mejor los días del verano, y que también las ventanas se asoman a nosotros, y que cuando yo me haya ido alguien gastará mi futuro. Y creo que me moriré como los días, al atardecer, con el sol ya caído, y que después solo seré voz, y mirada, en unas cuantas, pocas memorias. Y que quizás ya lo he perdido todo y mis palabras son solo una oración dada al olvido, y que a estas alturas he muerto ya la mayor parte de mi vida y que antes de decir adiós quiero tener, como en aquellos días azules, pájaros serenos entre las manos y abandonarme a la gracia del silencio. Y que la vida es una inexpugnable incoherencia porque no entenderemos jamás el sistema de orden que usa el tiempo. Y que los caminos se echan, cansados, en mitad de cualquier sitio. Y que fui un niño una vez un verano. Y que a veces arde la noche y toda la esperanza.

Y que la vida es un fuego crónico, una espuma incandescente que renueva sus lumbres con un estrépito de violetas, de deseos en vilo, de iras y silencios. Y que es invierno, y que tengo en las manos un bosque de adioses y que todo sigue estando muy lejano. Y que se le han oxidado los azules a la tarde y la luz cae sobre la arena como una hoja de cobre. Y que es hora de volver porque no hay nada más que echar al fuego.

Y que no es casual que hoy, que proso estas líneas, haya tropezado con un viejo recuerdo que no se ha ido. Yo era aún muy joven la primera vez que estuve en Londres. De allí me traje (en un libro que casi nadie ha leído y que ya ni siquiera sé si escribí) un poema sobre un jardín, un parque cerrado donde el tiempo habitaba detenido. No dije entonces algo que temí decir (vuelvo a confesar que era muy joven) y que regresa hoy con el poema perdido, una inscripción hallada en un reloj: It’s later than you think (es más tarde de lo que crees) y que era, en realidad, un precipicio.

Hablo por mí, no tengo más datos. El pasado también se termina. Entonces siempre parece un pájaro con un dolor desconocido que ya no espera la mañana.