Cualquier operación urbanística de cierto calado arroja dudas, puntos de vista divergentes y, dependiendo de su naturaleza, hasta sospechas. Sería muy negativo que este proceso lógico de acción y reacción no sucediera, ya que supondría un síntoma de sociedad desmovilizada o, en el peor de los casos, atenazada por el poder. No debería extrañarnos, pues, la cadena de reacciones que se vienen suscitando en las últimas semanas ante proyectos urbanísticos tan dispares como el de las Lomas de Cillas en Huesca, que prevé la construcción de 700 chalés de lujo en suelo rústico; el de los montes de La Muela, cuyo ayuntamiento plantea una modificación del Plan General para 13.000 viviendas nuevas, y, más recientemente, la operación Romareda en la capital aragonesa. Una iniciativa que contempla un nuevo estadio, torres comerciales, más viviendas libres en Valdespartera y, para acabar, venta por adelantado de las reservas de suelo público a los propietarios de la urbanización Arcosur.

Aunque son propuestas de distinta índole, estos ejemplos nos demuestran la enorme importancia del urbanismo como fórmula de financiación de las corporaciones locales y el impacto que estas decisiones acarrean sobre el ciudadano de a pie. En cualquiera de los asuntos referidos, surgen preguntas y más preguntas. ¿Huesca realmente necesita chalés de lujo o sería más conveniente generar suelo para vivienda de VPO, después de que las estadísticas hayan demostrado que es una de las ciudades donde más ha subido la vivienda nueva en los últimos años? El caso de La Muela también arroja dudas y resulta aún más llamativo: se propone crear una nueva ciudad que podría cobijar hasta 40.000 habitantes sin aclarar cómo se prestarán los servicios básicos y quién en qué plazos construirá los equipamientos necesarios. Y esto es así porque la propuesta no parte de una administración con capacidad para estructurar el territorio, como el Gobierno de Aragón, sino que surge de las legítimas ansias expansionistas de un municipio que se reivindica y pone en valor su patrimonio. De momento, y como parece aconsejable, la iniciativa está parada.

El tema más preocupante de la semana ha sido la forma en que se ha presentado la nueva operación Romareda. Zaragoza cuenta con un estadio viejo que hay que derribar y volver a construir, y el equipo de gobierno ha decidido hacerlo en el mismo sitio en el que se ubica a través de una propuesta autofinanciable. Con las plusvalías que generan dos torres comerciales y de servicios junto al campo, se consiguen fondos para levantarlo de nuevo, para horadar un párking y para generar una enorme zona peatonal en el entorno. En contraposición con la operación de viviendas de lujo que había diseñado el PP en la legislatura pasada, la fórmula parece más sostenible. Hasta aquí, todo correcto. Pero, claro, enmarañar esta operación con una confusa declaración de intenciones sobre Valdespartera, donde el Ayuntamiento de Zaragoza pretende lograr suelo para vivienda libre en el hueco previsto por el exalcalde Atarés para el estadio, es muy criticable. Como lo es también que, junto a la operación Romareda, se presente un acuerdo con los propietarios de Arcosur --la nueva urbanización de hasta 21.500 viviendas junto al cuarto cinturón-- para obtener dinero fresco.

El paso del tiempo ha demostrado, como en cualquier legislatura, que el equipo de gobierno de turno no encuentra fórmulas imaginativas o alternativas para financiar las necesidades económicas y se acaba optando por lo fácil. Es decir, recalificar suelo, vender aprovechamientos y cesiones urbanísticas y crear nuevos espacios comerciales. Para esto, sinceramente, no hacía falta fichar a un catedrático. La ciudad de Zaragoza ha multiplicado por tres su extensión en los últimos 30 años --no así la población--, y a este paso podremos acabar multiplicándola por seis en el mismo plazo. En consonancia pagaremos cada vez servicios más caros y menos eficaces.

Es normal que el alcalde Belloch se preocupe por buscar una solución económica urgente para pagar, por ejemplo, el meandro de Ranillas. Nada que objetar: en la carrera por la Expo hay que poner toda la carne en el asador. Pero el centenar de hectáreas junto al Ebro costará no más de 70 millones, y el ayuntamiento aspira a vender de una tacada suelo por valor de 200, contraviniendo parte de su ideario político en materia de urbanismo. Sin ir más lejos, tanto Belloch como el teniente de alcalde y socio de gobierno por la CHA, Antonio Gaspar, eran hipercríticos la pasada legislatura con la operación Arcosur, de la que ahora buscan un rendimiento inmediato.

Llegados a este punto, urge reclamar al equipo de gobierno que vuelva a pensar los términos exactos de sus nuevas propuestas urbanísticas. No es lógico aprovechar una iniciativa razonable para La Romareda para plantear un paquete de recalificaciones y permutas que permitan lograr el mismo dinero que preveía el PP. Sinceramente, sería muy triste comprobar cómo el PSOE y la CHA pelearon por un barrio asequible en Valdespartera, con 10.000 viviendas protegidas y atando en corto las aspiraciones de los populares, y a la más mínima oportunidad acaban buscando hueco para levantar allí cientos de pisos libres. Como tampoco es lógico censurar en su momento la urbanización Arcosur y sólo unos años después renunciar a parte del enorme beneficio social que supone retener suelo municipal para 7.000 casas protegidas con el objetivo de obtener beneficios inmediatos. No debe extrañar pues que este conjunto de operaciones simultáneas, que da la sensación de que se lanza de un golpe a modo de test ante la opinión pública, esté creando fuertes tensiones en la propia coalición de gobierno.

Sin entrar a valorar ideologías, ningún gobernante municipal está al margen de esa vaca sagrada que es el urbanismo, que viene ofreciendo soluciones fáciles y a la medida de las necesidades económicas, una tentación en la que es muy fácil caer pero de cuyas redes pocos saben salir. Ni Huesca necesita 700 chalés de lujo, ni la DGA debe atropellarse para autorizar un PGOU de un municipio que quiere multiplicar por 20 su capacidad residencial, ni, sinceramente, hay que precipitarse recalificando un solar de servicios en el barrio zaragozano de Valdespartera para hacer cientos de pisos libres.

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