Los responsables del proyecto de vacuna contra el covid-19 que probablemente estaba en una fase más avanzada, la diseñada por la Universidad de Oxford y la farmacéutica Astra-Zeneca, han detenido las pruebas después de detectar una enfermedad sin causa explicada aún en unos de los 30.000 participantes en la fase experimental. La noticia enfría las previsiones más optimistas que apuntaban a disponer de la única solución efectiva para la pandemia ya a finales de este año. Pero que obligue a rebajar las expectativas no tiene por qué sembrar dudas, escepticismo o falta de confianza sobre el aceleradísimo proceso, en múltiples direcciones y desde diversos equipos científicos, para lograr una vacuna en un tiempo récord. Si acaso, la disposición a despejar cualquier duda antes de seguir avanzando, al igual que el compromiso de las principales farmacéuticas para no pedir la aprobación de sus productos si no cumplen los requisitos médicos y éticos más exigentes, debería tranquilizar sobre la seguridad de la vacuna cuando esta llegue bajo estos términos. Y relativizar la confianza en las presuntas soluciones en las que, desde Rusia, China o EEUU, la presión política parece que está pesando más que el rigor científico.

Se sabía que la lucha contra la pandemia y la búsqueda de un remedio eficaz no iba a ser un camino fácil. Y se está demostrando. Pero eso no es óbice para caer en el desánimo. Hay que seguir trabajando.