El 14 de marzo, de este ya imborrable 2020, fue el pistoletazo de salida a la oficialización de la pandemia, esta, que todavía persiste entre nosotros. Ese día quedamos confinados con la única tarea de salir a las ocho de la tarde a mostrar, mediante aplausos, nuestro reconocimiento al mundo de la sanidad, bien merecido. Esto nos demostró que no teníamos la mejor sanidad del mundo, pero sí los mejores sanitarios con la peor gestión. Cómo es posible que lo difícil que es curar se haga bien, y lo fácil que es gestionar sea un desastre. ¿Para qué construir tanto hospital, si no lo sabemos gestionar?

Bien, pues han pasado más de nueve meses en los que los ciudadanos hemos dado el do de pecho, tanto en las prescripciones sanitarias de prudencia con las mascarillas, lavados de manos, distancias, etc. (ha habido excepciones, porque descerebrados nunca faltan, por fortuna son los menos, pero hacen daño); como en la economía, que por esta causa muchos han quedado y quedarán en el camino, pero la prioridad ha sido salvaguardar la vida y la salud. Debemos de estar orgullosos de nuestro papel como sociedad.

Todos hemos seguido con atención las noticias sobre cómo los científicos de todo el mundo luchaban con denuedo por conseguir la vacuna que derrotase a este virus que nos mantenía prisioneros. Por cierto, en estos momentos: ¿hay alguien que no entienda lo fundamental que es la inversión en I+D? Espero que no.

Al margen de todos los matices políticos, llegaron las buenas noticias. Parecía que aunque estas fiestas navideñas que van a ser atípicas, diferentes a las habituales, la vacuna ya estaba aquí con todas las garantías: la Organización Mundial de la Salud y los organismos que certifican la bondad de los medicamentos, así nos lo decían. Todo se preparaba con matices, sobre quiénes debían ser los primeros en recibirla, mayores de residencias y personal sanitario. Salvo para los negacionistas este era el mejor regalo de Papa Noel, íbamos a vacunarnos.

Ahora, hagamos cuentas: la empresa Pfizer-BioNTech nos dice que en el 2021 va a fabricar 1.300 millones de vacunas, lo que, en realidad, significa que serán para 650 millones de personas, pues son de doble imposición, y que las distribuirá entre 80 países. La Unión Europea tiene 446 millones de habitantes y Estados Unidos 326 millones. No voy a tomar en cuenta China, pues ellos tienen su propia vacuna, ni Rusia por la misma circunstancia, pero si hacemos un recuento global de vacunas y habitantes en el mundo, veremos que nuestro Planeta Tierra tiene censados 7.625 millones de habitantes en 244 países. Se espera que se fabriquen hasta 2023: 9.600 millones de dosis, lo que permitirá vacunar a unas 5.000 millones de personas. Entonces… díganme, ¿les salen a ustedes las cuentas? Y ya que estamos en este juego de preguntas: ¿imaginan quiénes son los que se quedarán sin ellas? Pues ya les doy una pista, un territorio que empieza por Afri y termina por Ca, entre otras cosas por varias razones, como allí las pandemias empiezan por el hambre y la desigualdad, continúan por malaria, ébola, etc., y además ni siquiera se sabe cómo ha incidido el covid-19 en ellos, da la sensación de que no las necesitan. Y encima: ¿cómo van a pagar las vacunas? Pues aquí, permítanme una apreciación, los laboratorios bien podrían regalárselas. En los tres años que se prevé que va a durar el periodo de vacunación, los ingresos previstos por estos rondarán los 70.000 millones de euros. También es cierto que no es imaginable cómo se podría efectuar la logística de la vacunación, otro factor añadido para mirar hacia otro lado.

Mucho me temo que, una vez más, África será la pagana, en este caso, de esta pandemia y continuaremos teniendo para con ellos posiciones repletas de cinismo. Nos parece que esos países son fantásticos para traernos sus materias primas, minerales, petróleo, cacao, madera, etc., y seguiremos dando armas a sus dictadores para que las personas que viven allí lo hagan en la miseria y ellos no sepan qué hacer con el producto de sus robos; eso sí, que no vengan a migrar aquí pues tendremos que separarnos de ellos. Deberíamos leer, de vez en cuando, el artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que, para más inri, la hemos hecho nosotros.

Cuando nos vacunemos, porque así nos lo permite pertenecer a un estado de bienestar social, pensemos en ese instante: cuántos no podrán hacerlo porque todos los que vivimos en los países desarrollados, los ignoramos.