Solemos tener más valentía con la vida y más cobardía con la muerte. El valiente huye hacia adelante vitalmente, el cobarde huye hacia atrás mortalmente. Pero quizás no debería plantearse la valentía o la cobardía, sino el auténtico valor. Pues el valiente suele ser temerario y el cobarde miedoso, pero el valeroso tiene temple o cuajo que lo hace más templado. Pues bien, hay que ser valeroso en la vida y en la muerte, en la salud y en la enfermedad, en lo bueno y en lo malo. Al menos eso dicen los bienpensantes y los bienpensados, a veces dispensados de pensar, con perdón, pues la cosa es fácil de predicar y difícil de practicar.

Como he expuesto medrosamente en otras ocasiones por si sirve, aunque no lo creo, mi experiencia de la vida y de la muerte implica una vida vivida y una enfermedad mortífera. En la vida he tenido cierto valor humano, el cual es en el fondo una mezcla de valentía y cobardía, y ante la muerte en el horizonte algo parecido. Tras cuatro largos años de fuerte quimioterapia, en los que el remedio ha sido tan duro como la enfermedad, hemos acabado renunciando a ella por no poder soportarla más. He sufrido y he gozado, he sido infeliz corporal o físicamente y feliz psíquica o anímicamente, gracias a la familia y amigos, médicos y enfermeras, la cabeza y el corazón abiertos y mis últimos escritos indigentes. En ocasiones dudo si ha merecido la pena tanto polvo, sudor y yerro, pero sí, aunque nada más fuere por el reencuentro con el viejo amigo de Lisboa en Bruselas tras décadas de incomunicación. No sabemos lo que es el amor de amistad verdadero hasta que lo hemos perdido y hallado. Pero estoy soltero y, por lo tanto, suelto o libre para acabar con el viejo tormento y recabar los cuidados paliativos, ay, los cuales ya incluyen su propia penitencia.

La verdad es que he acabado exhausto y tengo cansados a colegas, discípulos y lectores. No tengo miedo a la muerte, solo a morir malamente; espero no tener que recurrir a las nuevas prácticas eutanásicas recién aprobadas, pues no me fío aún demasiado de la tecnología o tanatología nacional (me fiaría más de la técnica alemana). En mi última reacción alérgica a la quimio pedí a Dios que aprovechara para llevarme a su seno unamuniano, porque la muerte dice trascendencia. Pero apenas hay gente que crea ya en la trascendencia, incluidos los cristianos, a juzgar por su atenimiento y sumisión a la vida terrestre a pesar de todas sus durezas y asperezas. Por eso pienso que el suicida no es, como suele pensarse, un cobarde sino un valiente, puesto que lo observo con un gran arrojo y valentía, sin duda en demasía para mi propia cobardía. Ahora bien, el que sobrevive aunque sea malviviendo es el considerado paradójicamente como el valiente que desafía al destino.

Predicamos todavía heroicamente nuestro enfrentamiento contra el destino, en lugar de predicar y practica nuestro afrontamiento antiheroico del destino propio o apropiado al hombre y su humanidad, que no suprahumanidad o divinidad. Por eso el caso de Jesús es un caso transhumano o divino, que no debe presentarse como la exaltación y exultación del dolor, el sufrimiento y la muerte, so pena de recaer en piadoso sadomasoquismo. En estas lides terapéuticas, la ciencia médica debe ser la terapia fundamental, una ciencia que como toda ciencia no es precisamente mágica aunque a veces lo parezca. Al contrario, el actual avance de la analítica médica no deja a nadie sano ni a salvo, porque todos estamos implicados con nuestras complicaciones somáticas. Desde la filosofía y su razón crítica solo cabe pedir valor frente a la vida y frente a la muerte, un valor que en el fondo es a la vez valentía y cobardía, así pues afrontamiento ambivalente de una existencia que, como la nuestra humana, resiste y desiste, vive y muere, es luminosa y sombría. En una palabra, es valiente y cobarde.

La pura valentía es una huida temeraria hacia adelante y ofrece viejas connotaciones masculinas, mientras que la impura cobardía es una huida medrosa hacia atrás y ofrece viejas connotaciones femeninas. Mas no se trata de huir adelante o atrás, sino de asumir el movimiento de idea, vuelta y revuelta crítica. Polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga: pero cabalga compasivo tras vencer el miedo de una niña asustada por sus huestes. Valentía y ternura, pasión de la vida y compasión de la muerte.