No hace mucho volví a ver el documental La era de la estupidez de Franny Armstrong que nos muestra la visión descarnada de un planeta Tierra devastado en 2055 por la sobreexplotación de recursos naturales. Está basado en observaciones científicas y acontecimientos ya sucedidos. Desde ese futuro, un anciano superviviente se pregunta: “Si éramos conscientes de lo que nos esperaba ¿Por qué no se ha hecho nada para evitarlo?”. Las políticas de Responsabilidad Social tal y como la hemos diseñado, resultaron insuficientes para evitar el desastre planetario.

También, ha caído en mis manos, un informe de Mallerlyn I. Rodríguez, coordinadora de Proyección Social de la FCAT, que da de luz sobre las motivaciones que llevan -en este caso a las empresas- a practicar políticas de Responsabilidad Social. Esta investigación muestra que existen básicamente tres motivaciones principales por las cuales las empresas deciden incorporar prácticas de RSE. Dos de ellas obedecen a factores externos: beneficios económicos y presiones de la sociedad. Una tercera razón obedece a factores relacionados con las personas que dirigen las organizaciones: el altruismo del empresario.

Resulta extraño, que mientras se ha estudiado tan a fondo las motivaciones para actuar con criterios de RSC en las empresas, a los ciudadanos se nos ha pedido que realicemos las acciones responsables simplemente por la motivación cívica, aplicando los incentivos del beneficio económico y el lavado de la imagen corporativa para las empresas. El argumento de la concienciación parece que lo aguante todo, y sin duda es fundamental, pero paralizar los procesos que deterioran al planeta exigen de la participación individual a gran escala y sin fisuras: es necesario incorporar la motivación económica para el ciudadano al igual que se hace ya con las empresas.

Nos escudamos en que es difícil cuantificar el valor del gesto responsable ¿Cuánto vale un reciclaje? La respuesta es clara: “Vale, aquello que alguien esté dispuesto a pagar”. Seguramente, serán sólo céntimos, esos mismos céntimos que se caen al suelo y no nos agachamos a recogerlos, es decir que su valor resulta despreciable. Esa es una mala noticia. La buena noticia es que la tecnología y los nuevos modelos de negocio nos permitirán acumular céntimos de manera continua decenas de veces al día durante todos los días de la vida y así convertir lo que ahora es despreciable en un auténtico premio económico (ahorro para la pensión por ejemplo) Así realizar buenas prácticas y acumular céntimos, puede ser un auténtico leitmotiv para la regeneración del planeta al tiempo que una manera de complementar la pensión.

Reciclar vidrio, papel, plástico o aluminio pueden premiarse con céntimos, y hay países en los que la cultura del pago por reciclar está admitida, aquí somos tan estupendos que preferimos darles el monopolio del negocio y grandes subvenciones a las empresas cuyo nombre comienza por “Eco…” antes de incentivar esas buenas prácticas con céntimos al usuario. Y aplíquese esto a muchas de las prácticas que se realizan de manera altruista, porque pagarlas con céntimos parecería insultante: el voluntariado, el consumo cultural, la práctica deportiva, la seguridad vial, el ahorro energético…

Debemos promover que las empresas -de manera voluntaria- premien por cantidades despreciables las prácticas responsables cotidianas de los ciudadanos, y sea no sólo la convicción personal, sino también el interés económico individual y el juego que lleva intrínseco, el motor del cambio a verde. Los conceptos de pago, cobro, propiedad compartida e incentivo social, se están transformando y van a ser una parte de la solución del negro futuro del actual Estado del Bienestar de occidente y del planeta entero.

*CEO de Pensumo