Últimamente, varios de mis amigos me han dicho que se sienten agredidos y ofendidos porque parece que todos son unos maltratadores y unos abusones, y que las mujeres, en un porcentaje altísimo, somos unas víctimas a las que ya no saben ni cómo tratarnos. Me cuentan que ya vale con el tema, que la gala de los Goya se les hizo insoportable, entre otras muchas cosas, por el rollito de los abanicos rojos. Que no entienden este odio furibundo hacia los hombres. Que sienten que tienen que decir explícitamente que ellos no son unos maltratadores. Que tienen que hacer declaración pública de que jamás han acosado a una compañera, ni han levantado la mano contra una mujer, ni han abusado sexualmente de nadie, ya sea del sexo femenino o masculino. En resumen, que están hasta las narices de verse señalados solo por pertenecer a un género determinado. Pobres, pienso yo, no sabéis cómo os comprendo. Comprendo vuestro estado de estupor, ese latente cabreo, la indefensión que uno siente por ser etiquetado por pertenecer a un género determinado. Porque así se han sentido muchas mujeres desde el principio de los tiempos. Juzgadas por ser lo que son, todas en el mismo saco, con menos derechos reales, con menos sueldo, con más dificultades para prosperar en cualquier profesión. Por eso, aprovechando que hoy es San Valentín, me gustaría, desde aquí, lanzar un mensaje de amor a todo varón harto de reivindicaciones feministas: me parece que la gran mayoría de las mujeres diferenciamos muy bien quién debería sentirse aludido y quién no. H *Periodista