Se nos presupone a los periodistas cierta habilidad para expresarnos. Normal. A esto nos dedicamos, mínimo 8 horas al día, los que tenemos la suerte de trabajar, eso sí. A la hora de hablar se nos atribuye una facilidad lógica para encontrar las palabras adecuadas. A la hora de escribir se nos exige un lenguaje rico, un vocabulario extenso con el que retratar una realidad. Pero, ¡ay! la realidad.

La realidad nos ha dejado mudos a muchos. Nos ha sumido en una especie de perplejidad permanente que nos hace difícil sacudir la cabeza para despertar de este mal sueño en el que estamos inmersos. Esta nueva normalidad, que es de todo menos normal, nos ha dejado huérfanos de todo aquello que dábamos por hecho. La libertad, la seguridad, la estabilidad, el contacto. ¡Ay! el contacto.

Y porque se ha tambaleado el suelo sobre el que caminábamos, porque miramos más hacia abajo que hacia adelante, cuesta encontrar las palabras. Esta pandemia nos ha zarandeado durante meses de una manera obscena. Nos abofetea cada vez que levantamos la vista. Nos seguirá congelando la sangre a medio plazo. Literalmente.

Mientras lo asumimos, seguimos andando por este sendero pandémico intentando analizar lo que pasa. Pero a veces es tan difícil de entender. ¿Cómo va a encontrar el cerebro una palabra apropiada para definir la fuga de un ministro de Sanidad en plena pandemia? ¿Qué decir de una farmacéutica que anuncia, sin el más mínimo pudor, que no va a entregar las dosis de la vacuna comprometidas, firmadas y abonadas (sí pagadas, no íntegramente pero sí un adelanto considerable)? ¿Acaso importan 2 millones de muertos y una pandemia mundial? ¿Qué pensar de los que se saltan la lista para inocularse: alcaldes, concejales, consejeros, religiosos…? ¿Y aquellos que convierten esta crisis en una partida de póquer a cuatro años y lo de menos es ir de farol? Vaya tela. Es la mejor expresión que encuentro en términos de buena educación.

Pero, afortunadamente, estos comportamientos egoístas son una minoría. Sí, son unos pocos. Porque solo una de la decena de laboratorios que trabaja a destajo para hallar una vacuna incumple un contrato para venderla, parece ser, al mejor postor. Porque solo unos cuantos se han colado para inmunizarse. Porque hay cientos de políticos responsables. Porque hay una inmensa mayoría que cumple las normas, que sacrifica sus negocios, que se desvive en un hospital para no dejar desatendido a nadie, que es solidaria y colabora como puede en esta emergencia social. Esa es la mayoría. Al resto: vaya tela