Es tremenda la uniformidad de esta sociedad. Los medios de comunicación nos igualan a todos, y hasta las percepciones, siempre hasta ahora subjetivas, son cada vez más «objetivas». La búsqueda de una objetividad aséptica ha sido siempre una seña identitaria del orden establecido. Donde no hay uniformidad es en la brecha ricos-pobres.

Su distancia no es física sino conceptual. Eso sí que son dos mundos y no los de Platón. La visión uniforme se alimenta de obviedades, de lugares comunes y de declaraciones de intención universales. Con mayor o menor gracejo, casi todos decimos lo mismo. La receptividad o credibilidad depende de circunstancias de poder o de estar en los medios. Casi nadie conoce realmente a nadie. Como mucho, tenemos un conocimiento delegado o indirecto: «me han hablado bien/mal de él».

Incluso presencialmente se da la incomunicación por causa del lenguaje políticamente correcto y de la educación formal inoperante. Leer la prensa, oír la radio/TV, se ha convertido en una pérdida de tiempo. Lo seguimos considerando necesario pero cada vez menos. Internet sirve pero no tanto como se piensa ni para lo que se piensa: la manipulación y el doble juego han encontrado su nuevo sitial de poder.

La formación, educación o enseñanza, dudo que sirva de mucho más que para disciplinar a los jóvenes: si quieres formar parte de esta sociedad tienes que hacer esto, pensar así, aprobar lo otro y obtener tal título. Después hasta podrás ser libre. Pero la cabeza ya no responde, los hábitos intelectuales están ya predeterminados y no hay capacidad de libertad. Además, la libertad mete ruido en el sistema y supone riesgo personal, aunque siga siendo fascinante y lo más erótico que se ha inventado.

Cuando uno empieza a leer u oír conceptos sobre estrategia o planificación, uno de los primeros consejos que recibes es aprender a distinguir entre lo urgente y lo importante. Y algo tan elemental como eso sigue sin clarificarse en la esfera pública. El conflicto catalán, por ejemplo, ¿es urgente o importante? O las dos cosas. O ninguna. Porque ésta es una cuestión ya muy vieja.

Todo esto me lleva a la reflexión básica de qué es lo importante, qué interesa realmente a la gente. El concepto interesante procede del latín inter-est, lo que está entre nosotros, lo que incide en mi vida. Aunque algunos tienen por interesante lo que no les interesa y otros no tienen ni idea de lo que es interesante o les interesa. Entonces quizás nos enteremos que lo que nos interesa no siempre coincide con lo que importa a los dirigentes. Esta esquizofrenia social tiene su origen en la anomia sobre los valores y prioridades, lo que conduce a la despolitización y a la inconsciencia personal.

Cabe preguntarse por la salida o solución a todo esto, o lo que es lo mismo, por la función social de los medios y de los intelectuales. Su lenguaje ¿sirve para algo más que para el mantenimiento del statu quo? O en el otro lado de la barrera, ¿qué dice la gente? ¿qué comunica? ¿qué quiere comunicar? Parece claro que cada época tiene unas necesidades distintas respecto de lo que comunicar. ¿Cuáles son las necesidades actuales? No es fácil la respuesta porque existe una censura sutil y difusa (autocensura) muy potente que genera un silencio ruidoso y una incomunicación llena de palabrería y obviedades. Y esto sucede tanto en la estructura social como en la estructura interpersonal.

La comunicación (cf. Castilla del Pino: La incomunicación) tiende a ser meros «yo» artificiosos de personas «sociales» y de sujetos que representan su papel en las relaciones de intercambios sociales. Y por debajo de la comunicación de lo trivial y baladí existe un amplio sector del hombre y de la sociedad del que no se habla porque no se puede o no se sabe decir. Sólo se puede hablar de determinadas cosas y con un determinado lenguaje. Lo que supone la prohibición de hablar de otras muchas cosas. El que lo intenta se expone a la exclusión como elemento del grupo al que hasta entonces pertenecía. Realidad, lenguaje, y mundo son tres ámbitos íntimamente conexos. Ante una misma realidad los sujetos se sitúan de forma tal que cada uno aprehende un distinto nivel de esa misma realidad, de modo que, en el fondo, el resultado de la comunicación es idéntico al «diálogo de sordos».

En definitiva, esquizofrenia, anomia, incomunicación, aburrimiento… son elementos del diagnóstico de nuestra época y posiblemente sean también requisitos obligatorios de aceptar como forma única de sobrevivir en el sistema. Esta es la cuestión: aprender a vivir con la enfermedad o intentar curarse. Parece ser que la mayor parte de la gente intenta sobrevivir, ante la indulgencia y la lástima de los poderosos de siempre, aunque ahora sean invisibles o anónimos. La cuestión se puede plantear también en otros términos: cantidad o calidad de vida, vegetar o vivir.

*Profesor de filosofía