Los 545 diputados electos de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) que debe redactar la nueva Constitución venezolana se reunieron el viernes por primera vez en Caracas en medio de una demostración de fuerza del chavismo. La primera sesión sirvió para elegir al presidente de un cuerpo constituyente elegido en un proceso electoral más que irregular, lo que precipitó los graves acontecimientos vividos este fin de semana: amago de alzamiento militar, rechazo de gran parte de la comunidad internacional (incluido el boicot de Mercosur), dimisión de la Fiscal General del país y desaire total a una oposición maniatada y cuyos principales líderes siguen privados de libertad, aunque el régimen de Maduro haya vuelto a permitir el cumplimiento domiciliario de sus penas en una suerte de intento de redención. Un escenario así hace imposible sostener que el proceso constituyente venezolano sea democrático. La dualidad de poder -con el Parlamento dominado por los antichavistas arrogándose la auténtica representatividad y el poder judicial en contra de la ANC- no hace más que ahondar una polarización que se vive con violencia al alza en las calles. Tiene razón la diplomacia del Vaticano cuando, tomando posición en un conflicto en el que hasta ahora trataba de ser un mediador neutral, afirmaba que la ANC en nada contribuye a la reconciliación, sino más bien lo contrario: conduce el país al abismo.