Ya no opino sobre lo que sucede en Venezuela, porque es difícil descifrar aquel jeroglífico a tanta distancia y con una información tan repleta de lugares comunes y versiones únicas como consumimos aquí. De entrada, mi impresión es que la feroz lucha entre los dos bandos, chavismo y oposición, ha ido a peor porque los bolivarianos han evolucionado con Maduro a una especie de ciego autoritarismo populista, mientras sus adversarios han optado por ir al choque. Unos se parapetan tras la cúpula militar; los otros, enredados en las estrategias norteamericanas, fían sus opciones de tomar el poder a una intervención armada de los EEUU. Y luego está la guerra sucia.

Las operaciones encubiertas... existir, existen. Estamos todavía medio atónitos ante la posible implicación de la CIA en el extraño asalto a la embajada de Corea del Norte en Madrid. La acción habría sido un bofetón a las normas internacionales, a la soberanía de España y una muestra del oscuro mar de fondo que se remueve bajo esa superficie donde las manipulaciones informativas, las provocaciones y la polarización ideológica se bastan y sobran para nublar los mejores juicios. Cuando leí las primeras noticias sobre las investigaciones de la Policía española y el CNI, y supe de sus sospechas acerca del amigo americano, enseguida se me fue la imaginación a los apagones en Caracas y el desabastecimiento en toda Venezuela.

Porque muchas cosas no son lo que parecen, o sí lo son pero es preciso observar con detenimiento y sin prejuicios. El New York Times ha investigado y descubierto, por ejemplo, que el incendio de camiones con ayuda humanitaria que transitaban por Colombia hacia la frontera venezolana no fue cosa, como se dijo, de los chavistas, sino de un comando de opositores. Hay documentos videográficos que lo demuestran. Por supuesto que el régimen bolivariano es un desastre para su pueblo. Lo que ocurre es que hay mucho petróleo de por medio. ¿O creen ustedes que Maduro es el único indeseable que malmaneja poder en este perro mundo?