Tiempos de pandemia, tiempos de tragedia.

Los chistes de Bolsonaro o las bravatas de Trump han tenido consecuencias dramáticas. No cabe el humor, no todavía. Tampoco son momentos para el entretenimiento o la improvisación.

El infantilismo o ligereza de la consejera aragonesa de Sanidad, Pilar Ventura, al frivolizar sobre el material sanitario, ha despertado las iras de la comunidad médica. Seguramente, la consejera quiso mostrarse próxima, didáctica, incluso campechana, pero la lio. Después de soportar heroicamente la gota malaya del covid—19, los estresados sanitarios hablan de «la gota gorda que ha colmado el vaso». Pero, ¿no es esa reacción tan elemental como la anterior? ¿No habría que analizar el conjunto de las actuaciones de la señora Ventura, antes de pedir su cabeza? ¿Es que no han hecho la Consejería de Sanidad ni el Gobierno de Aragón nada bueno, en nada han acertado, en todo se ha equivocado el Ejecutivo de Lambán, ha jugado con las vidas de los sanitarios, los ha abandonado ante la epidemia…? Si es así, ¿por qué no lo ha denunciado la oposición, con nombres y datos, en los juzgados de guardia?

La falta de previsión y eficacia, la mala administración y la dejación de funciones y responsabilidades sí se han dado en otros lugares.

En la Rusia de Putin, por ejemplo. Ya son tres médicos los que han caído por las ventanas de sus hospitales. Casualmente, los tres se habían enfrentado con sus direcciones por las condiciones laborales en las que se les obligaba a seguir trabajando pese a no contar con la debida protección ni con los medios adecuados, y haber contraído la enfermedad. Suicidios, apunta la versión oficial. ¿Alguien los indujo, alguien los empujó al vacío? En la Rusia de Putin las ventanas son poco seguras. Más de un opositor o periodista poco afecto al régimen cayeron también por las ventanas de sus domicilios. Accidentalmente, según la versión oficial. ¿Quién protesta, exige dimisiones?

En la Rusia de Vladimir Putin no hay ventanas a la libertad, no hay gobiernos autónomos, no hay colegios de médicos ni libertad de expresión, pero el nuevo zar ruso nos regala mascarillas, nos vende el gas y, de momento, no nos bombardea.