Cada mañana veo en el espejo la cara de un tipo desconcertado y para mi gusto demasiado mayor. En muy pocos días me caen los 67: grupo de riesgo. Así que no puedo evitar pensar en cuántas veces durante todos esos años desdeñe los hábitos saludables, hice de mi capa una sayo y abusé de un cuerpo que ahora debe afrontar la amenaza del coronavirus. Pese a lo cual alejo el temor (que no la prudencia), salgo a la compra respetando las normas… y procuro no echarle la culpa a nadie de lo que pasa, aun siendo consciente de que este terrible fenómeno tiene mucho que ver con grandes errores previos de las élites dirigentes y también de la gran masa social.

El caso es que esta plaga resulta ser demasiado complicada y difícil de descifrar. Ataca a traición, se desliza invisible y pasa de largo o estalla con furia homicida y se ceba de repente en un grupo u otro. A veces parece estar dirigida por un oculto estado mayor ducho en emboscadas y ataques por sorpresa (y perdonen los símiles bélicos, pero vienen a cuento aunque no estemos ante una guerra sino frente a una catástrofe de dimensiones inéditas, que no es lo mismo). Eso sí, va quedando claro que el bicho no hace distingos entre ricos y pobres. No es clasista.

Los científicos van definiendo algunas claves de la pandemia, pero aún quedan dudas que nos cargan de interrogantes. Por ejemplo, puesto que se difunde merced al desplazamiento de sus portadores, parece lógico que encuentre su mejor nicho en las grandes ciudades. Pero… ¿por qué más en unas que en otras?, ¿por qué parece alcanzar una mayor expansión (al menos en España e Italia) en las regiones con renta per cápita más alta?, ¿cómo es capaz de concentrarse de forma aparentemente premeditada para golpear donde más duele? Seguro que hay explicaciones; sin embargo, los simples observadores carecemos de una guía para desentrañar ese fenómeno que nos perturba y asusta. De lo cual se infiere que los más bocazas, quienes ahora mismo abren la boca para opinar desde la perspectiva del odio y el fanatismo, harían mejor en sosegarse e intentar entender bien lo que sucede.

Contemplar las curvas de contagio y de muertes en distintos países evidencia que el patrón es bastante similar, incluyendo China o Corea del Sur (que si han podido controlar mejor la peste ha sido porque allí sí se fabrican los recursos necesarios para detectarla y evitarla). A priori, los contagios siguen ritmos casi idénticos, al margen de manifestaciones, festivales, partidos de fútbol o lo que fuere. El bicho es igual de borde en todas partes, y ojo con lo que pueda pasar en EEUU. En fin, que solo cabe esperar los efectos del mayor aislamiento y la mejora en la capacidad de respuesta sanitaria (si llegan pronto los suministros chinos). Mientras, los españoles más retrógrados pueden aferrarse a la teoría del 8-M y soñar con meter al gobierno 'sociocomunista' en la cárcel, como los catalanes más indepes pretenden aprovechar la ocasión para aislarse por completo en su república de Jauja. El virus debe estar partiéndose de risa.