Si algo distingue al verano en los municipios aragoneses es la variedad de sus fiestas, que abarrotan las calles de todos los pueblos y ciudades, que ven cómo se multiplica su población y se obtienen cuantiosos beneficios económicos de estas celebraciones. Pero otra de las secuelas de esta pandemia será que en los próximos meses, al menos hasta septiembre, la imagen de verbenas, comidas populares, festejos taurinos y procesiones desaparecerá de todas las poblaciones en un verano que será excepcional por las consecuencias que ha dejado la pandemia y las medidas implementadas para controlar el avance de la pandemia.

Esto supone un grave trastorno económico para muchos sectores que dependen prácticamente todo el año de los ingresos que generan en apenas los tres meses de verano gracias a la actividad que realizan durante las fiestas. El Gobierno de Aragón y la federación de municipios, con buen criterio, ya ha tomado la dura decisión de suspender todas las fiestas durante los próximos dos meses, y todo hace indicar que lo mismo sucederá con las de agosto y septiembre. De hecho, algunos ayuntamientos, como el de Huesca, ya ha anunciado que no habrá fiestas de San Lorenzo, siguiendo los pasos emprendidos anteriormente por otros consistorios como el de Teruel. Asismismo, importantes conciertos y acontecimientos que estaban programados en la ciudad de Zaragoza, algunos de relieve internacional como el Vive Latino en septiembre también se han aplazado un año. Lo mismo ocurre, por ejemplo, con el FIZ, que suele ser la antesala de las Fiestas del Pilar. De hecho, estas fiestas están ahora mismo en el alambre, a pesar de que el equipo de Gobierno de la ciudad todavía no ha dado por finiquitadas su celebración. Tan solo ha indicado algo obvio, que no serán multitudinarias, y está buscando fórmulas para que dentro de lo anormal que es, se puedan celebrar. La tesitura es complicada y no conviene ser de momento pesimista, aunque tampoco se deben generar falsas expectativas y en un panorama nacional e internacional complejo, no parece que en octubre se vayan a dar las condiciones oportunas como para celebrar unas fiestas en condiciones.

Este es sin duda otro varapalo económico de gran magnitud, unido al que ya supone un turismo que se va a ver muy limitado y restringido, lo que va a afectar negativamente a las arcas públicas y privadas de todas las ciudades. Es complejo hallar el equilibrio entre la salud pública y la economía, pero está claro que la primera debe prevalecer y se está tratando por todos los medios de que no se vuelvan a repetir las tristes imágenes todavía muy recientes de depósitos de cadáveres llenos y estancias hospitalarias colapsadas de pacientes que merecen la mejor atención posible. Y para ello, los centros de salud y los profesionales sanitarios que se han desvivido estos meses deben poder estar en las mejores condiciones posibles.

Por tanto, este verano va a ser atípico y habrá que reinventarse y buscar fórmulas de celebración compatibles con la distancia física y el respeto a las medidas higiénicas. Es imprescindible para que nadie salga más perjudicado.