No sé a ustedes, pero a mí la unidad familiar como medida de todas las cosas me está pareciendo, después de casi cinco meses, un círculo demasiado restringido. Igual esta confesión pública no es bien recibida, pero tengo la íntima convicción que es la de muchos. Pasamos los días en una burbuja que se traslada de un lado a otro, y solo se roza con otras, todas de pequeño tamaño a las que no podemos tocar, ni dedicarles mucho tiempo a las confidencias, lo realmente importante de la vida.

En lo más duro del confinamiento nos agarrábamos al verano como ese espacio libre del virus, el calor iba a ayudar, de reencuentros pendientes, todos aquellos con los que en el entusiasmo de las primeras videollamadas hacíamos planes. Desde la inocencia de las primeras veces, imaginábamos este verano con el recuerdo de los que nos antecedieron, y nada más lejos de la nueva realidad. Es difícil distinguir los cambios entre estar en la tercera fase o en lo que, en un autoengaño colectivo, nos empeñamos en llamar normalidad.

Salimos de estos meses más encerrados en nuestra intimidad, con menos espacios públicos para compartir, celebrar o reivindicar. Con la invisibilización de nuestros niños, antes sin escuela, luego sin parques, y ahora con escasez de plazas en las piscinas. Necesitaremos un tiempo para ver las consecuencias en los más jóvenes de este proceso de introversión en una generación ya marcada por el individualismo. Con las mujeres de vuelta al tiempo de los cuidados, de los que nunca salimos, pero a los que hemos vuelto a dedicar más horas y sobre todo mayor preocupación. Un verano con nuestros mayores más encerrados por miedo al contagio, conscientes de los riesgos que para ellos lleva la resocialización. La vida a 37 grados, esquivando el transporte público, los lugares cerrados, pero también la calle en las tardes que el sol cae a plomo. Donde los anuncios televisivos sobre prototipos de nuestro pasado son cada vez más disonantes con lo que nos encontramos al despertar. Pasearemos nuestra unidad familiar por el pueblo, la playa o la montaña, aquellos afortunados que tengan el tiempo y el dinero para hacerlo, pero la burbuja no se romperá. Será nuestro modus vivendi hasta que la medicina nos permita cambiar de escenario, distinto del que hemos conocido hasta ahora, porque la historia no se mueve con pasos hacia atrás. Tan preocupados por cómo será la economía o las relaciones laborales pospandemia y la primera transformación estará en nosotros, más contenidos, más resistentes pero más solos.