Llega el verano de Todos los Santos, con las cenizas de las víctimas del Yak y un ahorro de seis mil euros, más unas comisiones. Pepe Cerdá en Montemuzo, con unas acuarelas como vídeos fugaces, se pinta a si mismo hablando con un marchante de arte, un galerista en Suiza, por esos mundos, notas del pintor a mano, cuadernos de bitácora que fijan los días, amigos, paisajes, negocios, bocetos del sinvivir, la vecina de Villamayor, Picasso de espaldas. Llega el verano, el deshielo de Todos los Santos, que antes servía para estrenar algo de ropa, entretiempo, otoño, y que ahora es un calendario de Kioto, cada año hay un desajuste, un récord climático, un poco de testosterona suelta, flotando en el aire, mezclada con el aroma a pulpa de papel, a maíz un poco retocado, un par de genes, dos letras bailadas, olor a Lacasitos recién laqueados.

Sale a comprar el preso de la carcel de mujeres, con todos los secretos en un par de bolsas. Parece que hay gran actividad política por todas partes, el forcejeo premenstrual de los PGE, días últimos, vaivenes y reuniones, faltan horas para tantos kilómetros de carencias que esperan asomar al BOE ansiosamente, desesperadamente, teruelísticamente. Ah, la lista de siempre, que estos días va de mano en mano, de mail a mail, sin colmatarse nunca, la lista de kilómetros de agua y asfalto y trenes... A ver si entre todos, diputados, consejeros, concejales, hasta obispos, a ver si entre todos hacen algo, hacen lobby, ceprén, reuniones, lo que sea, y desatornillan el último dique del olvido.

Llega el verano de Todos los Santos y las familias, agotadas, se echan a los hípers, los sofás y las playas... engrasan los esquís, las bicis, las deportivas... Empieza el durísimo ocio, estrés de viernes. Las azoteas se mecen en hilos de tangas que dejan pasar las frecuencias de UMTS, cuando todas las conversaciones se vuelven datos, las hojas caen pulverizadas en polen y las moscas resucitan. Acampos asfaltados hasta donde alcanza la vista, nudos de rotondas: dicen que desde un globo la ciudad de los treinta estadios parece una filigrana aljaférica, pero son los bucles de las autovías, variantes, cruces y enlaces... Por en medio baja haciendo culebretas el río imbañable. Unos cuantos pintores van a dibujar a mano alzada el meandro ya pagado en estas mañanas de estío.

*Escritor y periodista