Durante la gestión de la crisis de la covid-19 se le ha reprochado al Gobierno que se refugie tras la ciencia. Presentar decisiones políticas como imperativos técnicos permite desviar la responsabilidad. Además de que resulta deshonesto, debilita la credibilidad de los científicos por motivos de oportunidad política. Se ha criticado la estrategia informativa del Gobierno: una gestión desconcertante, con vaivenes y errores, datos falsos que el presidente del Gobierno y los ministros repiten cuando se han desmentido. Ha ocurrido con el número de test realizados y con el número de contagios. El 'Financial Times' y la OCDE utilizaron cifras engañosas del Gobierno, y luego el Gobierno y sus voceros presumieron: si lo dice la OCDE, explicaron. Lo repitió Sánchez, después de que la OCDE corrigiera el error. Si empleas datos del Gobierno, tarde o temprano quedas en evidencia. Es una máquina de erosión de la credibilidad.

Podría recordar a los hechos alternativos de la administración Trump. Pero quizá el error sea nuestro. Pensamos en ciencia y deberíamos pensar en literatura: la obsesión por el relato era una pista.

La novela moderna, inventada por Cervantes y desarrollada en muchos lugares y lenguas diferentes, es una de las grandes aportaciones de la cultura española, pero nos ha costado entenderla. Quizá por eso no comprendemos al gobierno. La verdad de la novela, como la del Gobierno, no es la de los hechos: es una verdad ambigua, irónica, contradictoria. En la oscuridad de la novela está su luz, dice Cercas, y Kundera explica que en la novela se suspende el juicio moral. En la novela cabe todo: argumentos de libros de caballería o relato sentimental, frases de Harari, Churchill o Fray Luis, incluso con el sofisticado guiño de atribuirlas a San Juan de la Cruz. No es sorprendente que la lucha más encarnizada del gobierno sea contra otros relatos, a los que denomina bulos. Ocurre algo similar en la segunda parte del Quijote contra la versión de Avellaneda.

En sus momentos más radicales, el del Gobierno se convierte en un discurso autorreferencial, emparentado con las obras del Oulipo, el taller de literatura potencial cuyo secretario definitivamente provisional -más tarde declarado también secretario provisionalmente definitivo- es Marcel Bénabou, autor de 'Por qué no he escrito ninguno de mis libros'. Si está inspirado, se acerca a los textos de Samuel Beckett que se niegan a sí mismos, con un coro de voluntariosos tuiteros y comentaristas: «Volví a casa y escribí: es medianoche. La lluvia golpea las ventanas. No era medianoche. No llovía».

@gascondaniel