El espectáculo que se ha visto en muchos lugares de España donde la gente sale a los balcones y se asoma a las ventanas para aplaudir el esfuerzo de los servicios sanitarios es emocionante. Es reconocer un trabajo difícil, agotador y expuesto. Se valora el logro civilizatorio del sistema sanitario y en ese aplauso decimos que somos una comunidad amenazada pero unida. Es una guerra y honramos a nuestros soldados.

Aunque en muchos aspectos estamos viendo ese espíritu de unidad, también hay intentos de convertir esta crisis en un vehículo al servicio de los intereses de partido. Tras unas horas angustiosas y graves errores, el presidente del Gobierno hizo lo que tenía que hacer al anunciar el estado de alarma. Si las autoridades madrileñas han actuado con decisión y rapidez, el discurso de Pablo Casado no resultó acertado. Vemos lo que es un Estado: algo que nos protege, y al protegerlo -como se protege al sistema sanitario con las restricciones actuales- nos protegemos a nosotros mismos. Las reacciones de los gobiernos en Cataluña y el País Vasco muestran que a los nacionalistas sus fetiches identitarios les importan más que el bienestar de los ciudadanos: no debería ser una sorpresa, pero siempre hay algún despistado. El vicepresidente Iglesias ha revelado su inadecuación en lo micro y en lo macro. En lo micro, al desoír las recomendaciones sanitarias en el momento en que hay instrucciones claras y una obligación de ejemplaridad, y a pocas horas de que se implementen medidas restrictivas en aras de la salud. En lo macro, al pretender utilizar la crisis -interpretado como la excepcionalidad que buscan los populistas- a modo de excusa para desplegar un programa de penene bolivariano. Es un comportamiento infantil y frívolo, pero sobre todo peligroso.

En la reivindicación de la sanidad pública hay muchas veces un reconocimiento al trabajo. Pero en ocasiones hay también una intención insidiosa: se ve en ciudadanos y comentaristas, y se ve en políticos que emplean la epidemia para atacar al rival. Hablan del valor de la sanidad pública frente a quienes «quieren desmantelarlo», o se dice que en Madrid la crisis es más grave a causa de políticas privatizadoras. La sanidad pública es apreciada por los españoles de ideologías distintas, no se ha desmantelado y la afirmación sobre Madrid se basaba en datos falsos. Muchos profesionales de la pública trabajan en la privada; votan a partidos distintos. Quienes, con la habitual mezcla de autosatisfacción y hombres de paja, presentan la sanidad pública como si fuera solo suya, están atacando el valor que dicen defender: su universalidad. Son ellos los primeros en privatizarla.

@gascondaniel