El problema catalán no es el cacareado e imposible choque de trenes o el encaje en el conjunto del Estado o la incomodidad de los catalanes que demanda un trato seductor. El verdadero problema es el de cierto rechazo que ya se ha generado en una parte de la sociedad española hacia todo «lo catalán». Un problema que no se va resolver en cuatro días y que se puede enquistar en el subconsciente colectivo de la sociedad española para años. No sirve de nada ignorarlo y si, por el contrario, tenerlo en cuenta para las propuestas de atender y solucionar esta cuestión.

Este rechazo es lo que han conseguido los nacionalistas y las propuestas de los no nacionalistas que incorporan la lógica nacionalista, léase plurinacionalidad, hecho diferencial, derechos históricos o el cuestionamiento de instituciones del estado de derecho como el Tribunal Constitucional, que está para lo que está y ejerce sus funciones, con las sentencias pertinentes, dentro del marco de este estado de derecho… Como dice Albert Boadella en una de sus parodias: «Trato de encontrar el hecho diferencial que me distinga del resto de los españoles y no lo encuentro por ningún sitio». Paradójicamente los que más van a sufrir y padecer de esas actitudes de rechazo hacia Cataluña van a ser ese más del 50% de catalanes que no se identifican como nacionalistas, que además de sentirse señalados en el día a día, en su propia tierra, pueden recibir respuestas, diremos poco corteses, en su relaciones con la ciudadanía del resto de España. En este sentido sería muy importante que no mezcláramos ni confundiéramos el nacionalismo con todo lo catalán. Y la cuestión que surge es ¿cómo hemos llegado hasta aquí?

Una primera explicación es muy elemental: en economía, y en la vida en general, si algo no tiene coste, la demanda es ilimitada. El pedir del nacionalismo no tiene límite, es su esencia. Presentarse como víctimas y falsear la historia son componentes necesarios para justificar su existencia y su comportamiento. Son demandas basadas en sentimientos y no en la razón, lo cual hace imposible el ejercicio ciudadano democrático de la negociación y el acuerdo, sin ventajismos. Cuando hay costes en lo que se demanda o en cómo se exige, se modulan las actitudes y el comportamiento. Vemos como las recientes sentencias de inhabilitación y de multas a representantes del gobierno catalán les están bajando al mundo real, a los dirigentes y a otros muchos.

Para desarrollar este ideario nacionalista ha sido necesario darles también un plus de representatividad en el parlamento de la nación. Se habla de los problemas de representatividad de nuestro sistema electoral y se alude a que, por ejemplo, un diputado de Teruel o de Soria sale con unos pocos miles de votos y uno de Barcelona o Madrid puede requerir 5 veces más. Este es otro debate falso y tramposo. El verdadero fallo de representatividad de nuestro sistema electoral está en la prima que obtienen los nacionalistas, al no considerar el límite mínimo para acceder al parlamento el conjunto de la nación sino sólo la circunscripción donde se presentan. Si se considerara el porcentaje mínimo a nivel nacional la representación de los nacionalistas sería mínima. Pocas veces alcanzarían el 5% de los votos en el conjunto nacional. Se acabaría ese chantaje y abuso permanente que hacen los nacionalismos periféricos sobre el conjunto de todos los españoles y se mejoraría la representatividad de los diputados. ¿A la izquierda le parecen presentables y justos estos abusos?

En Portugal a comienzos de la Revolución de los Claveles también aparecía el norte más rico con tendencias disgregadoras. Siempre igual, siempre los ricos son los que se quieren separar. El distrito nacional para la elección de diputados terminó con los nacionalismos en el país vecino.

Este sistema que premia a los nacionalistas ha interesado siempre al poder económico de este país. Salvo en legislaturas de mayorías absolutas, el PP o el PSOE han dependido de ellos, que a su vez canalizaban los intereses del poder económico real.

Otro factor que explica el crecimiento de la mentira nacionalista es la dejación de responsabilidad del estado en las comunidades autónomas y la ausencia de un discurso de país. Además cuando lo ha habido, ha sido de la más rancia derecha española, esa de España una, grande y libre. No se puede crear una base común cuando se empieza con el «que hay de lo mío». Los nacionalismos se retroalimentan, se necesitan los unos a los otros. Por parte de alguna izquierda, se ha visto a los nacionalismos como movimientos liberadores. Pues no. Son movimientos profundamente reaccionarios, totalitarios y segregadores aunque se crean herederos del Che Guevara. Las medidas que anunciaban los actuales dirigentes de la Generalitat no llegan siquiera al Estado predemocrático. La difícil solución del verdadero problema catalán, el rechazo de una parte de la ciudadanía española, requiere que este asunto se aborde desde el marco de los intereses del conjunto de todos los españoles. Cualquier otra política que señale una mínima diferencia entre unos y otros no se aceptará y agravará esta animadversión colectiva. <b>*Universidad de Zaragoza.</b>