Pasarán los años, amigos, y odiaremos este maldito año de fuego. Quiera el cielo que no tengamos que odiar muchos más años, que la vergüenza de estos últimos meses no se prolongue demasiado, pero confieso que soy pesimista. No es posible abrir un periódico, ni escuchar un boletín de radio, ni encender la televisión para ver un noticiario, sin que nos salten las víctimas a la cara, porque son ellas, las víctimas, todas iguales y todas diferentes, las que están escribiendo la historia, día a día, de este siglo que empieza podrido por la ineptitud, la maldad o la codicia (elijan lo que prefieran, o todo ello) de ésos cuyos nombres sabemos de memoria y hoy no quiero escribir.

Pasarán los años y acaso recobremos la cordura a medias que nos sirvió en el pasado para salir de otras locuras terribles. Pero nada será igual. Un día nos preguntaremos cómo pudo ser, y algunos diremos a nuestros nietos que nos rebelamos, que protestamos y que votamos para acabar con la complicidad de España en esta espantosa salvajada. Flaco consuelo, sí, pero me pregunto qué podrán decir ingleses, americanos o israelíes si no hacen lo mismo, si no lo hacen ya. Lo peor de estos crímenes brutales es que contaminan y envilecen de una vez a varias generaciones, a pueblos enteros.

Aún hay alemanes pidiendo perdón a la Humanidad por las atrocidades que Hitler cometió ante el silencio de sus padres. Es hora ya de actuar porque, si no, mañana no servirán de nada la disculpa o el arrepentimiento.

*Periodista