Que nadie tema la aplicación del artículo 155 de la Constitución en Cataluña. No va a hacer falta, la presidenta del Parlament, en un pleno digno de los hermanos Cohen, hizo ayer trizas el Estatut al aplastar todas las garantías parlamentarías: privó a los diputados de sus derechos al forzar el debate y votación de la ley de ruptura con España, ignoró las advertencias de los letrados sobre la vulneración constitucional que se estaba cometiendo, publicó a la fuerza la tramitación de la ley en el boletín oficial pese a la negativa del secretario, y negó tiempo a los grupos para presentar alegaciones a esa ley. A zarpazo limpio ¡votem, votem!, sin la más mínima concesión a los grupos de la oposición, Forcadell les llegó a decir que como en su Parlament no hace falta que estén todos los diputados podían retirarse a alegar y les dejaran seguir a ellos. Ellos eran Puigdemont, ido del todo, con la mirada perdida, y Junqueras, que la tenía clavada en el suelo. «Em fa vergonya» (Me da vergüenza) gritó el portavoz de Podem, ante lo que Coscubiela, la voz más serena ayer, consideró una cacicada de bucaneros. Lo que allí se vio (sí, no me aparté de la televisión) no representa a una sociedad democrática y avanzada con gran tradición humanista, pero tampoco quiero alimentar los lógicos miedos ante el dos de octubre si los que tienen que gestionar la frustración son los dos que ayer no miraban ni veían. Mejor pensado voy a reproducir a Sisa: «Cuando caiga la primera hostia, todo el mundo a cenar a casa y a la cama pronto, que mañana hay que abrir la botiga».

*Periodista