(Homenaje a Hölderlin)

Es habitual que muy de mañana, con el té humeante sobre la mesa, lea la prensa. Algunas secciones con detenimiento, otras casi de pasada y, lo confieso, las de deporte las obvio, cansada del atracón informativo a que nos tienen acostumbrados y que soporto con resignación no siempre dócil. Desde hace mucho discípula de Gracián he interiorizado por completo su máxima "hombre sin noticias, mundo a oscuras". Sin embargo hoy, y precisamente en honor al aforismo, he creído mejor no hacerlo, dejo de lado los periódicos, algo de distancia me parece ahora imprescindible para lograr una visión con perspectiva de las cosas. El alejamiento puede proporcionarnos un conocimiento mayor si va conducido por la atención consciente que acompaña al asombro e interés.

¿Quién no recuerda las apasionantes clases de historia donde nos retrataban y relataban cómo había un rey francés llamado Luis XIV cuyo poder era tan inmenso y claro que era conocido como el rey sol? El mismo que bajo capas, oro, sedas y oropeles y que, con toda la seguridad y desenvoltura de la tierra, se identificaba y hacía identificar con el Estado mismo. Aquello de l'État c'est moi era para mí un pedacito de verdad que había viajado a lo largo del tiempo y que durante todos esos siglos nadie había osado desmentir en lo que a él concernía.

Hoy, 300 años después, amanecemos cada día con distintas versiones del sol. A aquel sol deconstruido en una tropa de pequeños soles no le faltan seguidores. Es distinto pero como titula Goya en sus Desastres, "Es lo mismo" y por ello nos toca "Enterrar y callar" sea en Ucrania sea en Siria o en Caracas. Pequeños soles de tan grande luz que cegados por su propio destello pastorean destacamentos de odio y hiel. Mucho menos poderoso que ellos y bastante más sabio Hölderlin, el pobre poeta alemán de soledades llenas, convencido de que "somos un diálogo" pone en boca de uno de sus personajes otro pedacito de verdad, esta vez menos afamado y repetido: "Siempre que el hombre ha querido hacer del Estado su cielo lo ha convertido en su infierno". Frente a él inerme y encerrado, el mayor, si no único, mérito de estadistas de claridad insoportable, el de adueñarse del futuro para cambiar y fijar a su antojo el pasado, ellos que tan sagaces como feroces han hecho de la política una religión civil, ciencia de la organización sombría y de su nación una sociedad entristecida de errores, intoxicada de conceptos que son mentira y de mentiras que son moneda. Pobre presente, ni Goya hubiera presentido tanto desatino ni la galaxia tantos soles.

Dijo Thomas Mann, para referirse a su época, que las cosas hubieran andado mucho mejor si Marx hubiera leído a Hölderlin. Yo casi preferiría que este ejército de soles de fuego sin calor se pareciese un poco más a ese grande que, confinado en su torre el 35 año de su encierro, escribía un 15 de marzo para recibir a la nueva estación: "En paz permanece el cielo de primavera, para que el hombre contemple en calma el atractivo del año y de la perfección de la vida se dé cuenta". Ojalá la paz de la primavera de Hölderlin de 1842 sea la nuestra de 2014.

Vicedecana de la Universidad de Zaragoza