Produce vértigo estar llegando a finales de agosto y seguir sin visos de Gobierno en septiembre. Deprime pensar en un nuevo proceso electoral. Por eso me resulta difícil creer que los problemas de desconfianzas mutuas, discrepancias no explicadas o diferentes concepciones sobre lo que es una coalición de gobierno o una cooperación con el mismo, sean los problemas fundamentales.

Por un lado tengo la impresión de que los nuevos dirigentes políticos se sienten más cómodos en la disconformidad mutua y el cálculo de los beneficios inmediatos que en buscar decisiones responsables que les comprometan o puedan deteriorar su imagen.

Pero por otro pienso que tras las declaraciones, el intercambio de documentos programáticos y las tiranteces por las fórmulas de gobernar, se esconde una encarnizada batalla por seguir siendo la única fuerza de izquierda con posibilidades de gobernar España, evitando compartir esta condición con Unidas Podemos, al disputarnos el mismo espacio electoral. Probablemente este sea el núcleo del debate para configurar el próximo Gobierno.

Si el PSOE cede a un Gobierno de coalición, pierde la exclusividad de la marca como «partido de Gobierno» en la izquierda, blanqueando a una advenediza izquierda proveniente de la reivindicación y la pancarta. Sacar a Unidas Podemos del rincón de la izquierda alternativa y protestona dándole credibilidad con una participación en el Gobierno es un riesgo que debe sopesar mucho, porque en el fondo eso significa reconocerlos como iguales. Seguramente el recuerdo de la coalición del Gobierno alemán de Schröder con los verdes, haciendo vicecanciller y ministro de Relaciones Exteriores a su líder J. Fischer (1998-2005), para terminar siendo actualmente la segunda opción en intención de voto por encima del SPD, produzca pesadillas.

Además, Unidas Podemos busca sacar a la izquierda del PSOE de su esterilidad desde 1982 con el triunfo de Felipe González, por eso ha girado hacia el reformismo. Su intento de formar parte de los partidos reformistas con capacidad de gestión gubernamental es una baza que no puede dejar pasar.

Si pierde esta oportunidad, notará pronto el aliento de Errejón en su nuca y tendrá revueltas en los territorios y plataformas. Los compromisos adquiridos y las propias experiencias de gobernar conjuntamente con el PSOE en Valencia, Baleares, Aragón, La Rioja, Canarias y Navarra les llevará fácilmente a confrontar con los intereses de la dirección en Madrid.

Por otro lado, y sobre todo para la derecha y los poderes fácticos que se rasgan las vestiduras por un Gobierno de coalición, recordarles solamente que actualmente hay diecinueve de los 28 gobiernos de la UE que son de coalición, con al menos dos partidos y con cargos ministeriales. Pero además el 50% de los gobiernos de ayuntamientos, diputaciones y comunidades autónomas han sido coaligados desde la democracia, algo de experiencia habremos acumulado, y no se habrá hecho tan mal en este tiempo.

Seguir con el bucle donde estamos ahora nos lleva a las urnas en noviembre, una opción de fracaso para la izquierda que solo servirá para que el PP se recupere tras su crisis y que será difícil de justificar en el electorado de izquierdas. Superar las contradicciones y problemas anteriormente reseñados no es tarea fácil por la magnitud estratégica que conllevan, y porque actualmente la acción política propiamente dicha se mide por el estruendo de la confrontación interpartidista, la exaltación de las pasiones y el narcisismo de los líderes.

Y mientras tanto, las tres derechas jugando con el drama de los inmigrantes al más puro estilo Salvini, presumiendo de cristiano, invocando al Inmaculado Corazón de María, la protección de la Virgen y san Juan Pablo II, rosario en mano en el Senado italiano, al mismo tiempo que negaba una y otra vez la ayuda humanitaria a los refugiados en Lampedusa.

En esta coyuntura y con la esperanza de una buena solución, solo me queda acogerme a aquel aforismo maoísta. «Caos bajo los cielos qué magnífica situación».