Cuando era joven e indocumentado (por citar a Gabriel García Márquez) viajé con Martin Eden, el personaje/trasunto de Jack London. Recuerdo vagamente haber leído esa novela en la cubierta de un barco durante una travesía nocturna, con un mar negro y furioso y el cielo desgarrado de relámpagos. No latía en Martin Eden la alegre conformidad de otros personajes de London con la aventura y la muerte, y sí un prurito intelectual, más filosófico que literario, que acercaba al protagonista a algunas de las tesis de Nietzsche o de Herbert Spencer tan en boga a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando London fatigaba continentes y libros en busca, como Martin Eden, de alguna verdad…

La versión cinematográfica de Pietro Marcello, actualmente en cartelera, es más que digna.

Entre otros aspectos de la trama filmada, homónima, de Martin Eden, destaca una de las tesis que ya confrontaba la propia novela entre el individualismo y el colectivismo, entre el poder de las élites y el socialismo.

El inquieto, intransigente y revolucionario Eden (encarnado por el actor Luca Marinelli), humilde marinero, se enamora de Elena Orsini, una muchacha de la alta sociedad (Jessica Crassy). A su vez, conseguirá enamorarla tras abandonar su vida errante y refinar su educación. Pero, en lugar de contraer matrimonio, emparentar con los Orsini y acoplarse a la burguesía que representan, Eden denuncia públicamente sus supuestas corruptelas.

Su sinceridad, haciendo anteceder su libertad, sus creencias y verdades sobre los intereses establecidos en una sociedad que repudia, pero de algunos de cuyos mecanismos no deja de aprovecharse, le jugará malas pasadas. Y sus contradicciones y depresiones le llevarán finalmente, coincidiendo paradójicamente con su triunfo artístico, a una sensación de frustración profunda y a un final dramático.

Una buena excusa para pensar si los planteamientos de Jack London sobre el individuo y la sociedad, la fuerza creativa y la moderación de las costumbres, la detentación del poder por uno o por muchos no estarán, hoy, camuflados en los sistemas democráticos, tan plenamente vigentes como cuando destrozaron las ilusiones, las reflexiones, el corazón de Martin Eden.