La presentación de una moción de censura en la Región de Murcia por el PSOE y por Ciudadanos que formaba parte del Gobierno murciano, ha abierto la caja de los truenos en la política española. La moción no ha prosperado porque tres parlamentarios de Ciudadanos (Cs) que la firmaron han dado marcha atrás y han apoyado al PP pasando a formar parte de su equipo de gobierno. Se ha abierto un debate por el incumplimiento de un viejo acuerdo entre partidos sobre el transfuguismo, mientras en la Comunidad Autónoma de Madrid su presidenta, Isabel Díaz Ayuso, ha llamado a las urnas a los madrileños.

Con este panorama Ciudadanos entra en una grave crisis, una vez que destacados militantes de la formación, ante lo que parece que se avecina, huyen hacia el PP en la búsqueda de un lugar al sol y mientras tanto Inés Arrimadas intenta mantener a flote un barco con aquellos fieles militantes que se mantienen leales a los principios que inspiraron a aquella asociación cívica Ciutadans de Catalunya que en el 2006 dio lugar al partido Cs y puso a Albert Rivera en la esfera política catalana con tan solo 26 años.

Después de unos inicios prometedores y con la promesa de contribuir a la regeneración de la política a la vez que hacía frente al incipiente independentismo catalán, Albert Rivera dio el salto a la política nacional. Han sido 13 años de bandazos en los que el partido entró en la esquizofrenia de firmar con Sánchez un pacto casi cinematográfico, a la fotografía de la plaza de Colón en Madrid, codo con codo con el PP y Vox. Albert Rivera soñó con el sorpasso al PP aprovechando el viento a su favor que suponían, según dicen, el IBEX 35, las organizaciones empresariales y otros poderes económicos. Deslumbrados por ese futuro, llegaron al partido muchos militantes de acomodo, esos que huelen el cargo y los despachos y posiblemente impidieron que Albert Rivera firmara un pacto con Pedro Sánchez cuando en abril del 2019 consiguió 57 escaños y pudo gobernar con el PSOE con una mayoría muy cómoda. Su cerrazón y las circunstancias le hicieron soñar con arrinconar al PP y convertirse en el referente de la derecha. Unas nuevas elecciones en noviembre del mismo año provocaron su dimisión al perder 47 escaños en tan solo siete meses. Algo tendrá que ver también en este fracaso el abandono de Inés Arrimadas del Parlamento catalán, después de ganar las elecciones, dejando a miles de catalanes sin su referencia más clara frente a un independentismo al que prometieron combatir. No se sabe hasta donde podrá llegar Arrimadas, pero lo cierto es que el futuro de Ciudadanos parece que ha iniciado un viaje a ninguna parte. Da la sensación que camina en la misma dirección que otros partidos que intentaron situarse en una equidistancia ideológica de los partidos que comandan el panorama político español desde la transición PSOE y PP.

Experiencias similares han sufrido otros partidos que han intentado ocupar ese espacio que se dice de centro. Cabe recordar el triste final del Centro Democrático y Social (CDS), después de los esfuerzos realizados por Adolfo Suárez intentando mantener el espíritu de un partido (UCD) que pilotó la transición y se hizo añicos.

Todavía más breve fue la operación Roca, una apuesta de la banca y la CEOE iniciada en 1983 con el Partido Reformista Democrático (PRD) que impulsó a Miguel Roca Junyent hacia la presidencia del Gobierno central pese a pertenecer a Convergencia Democrática de Cataluña. No está claro si fue un intento de la burguesía catalana de influir en el Gobierno central en el que participaron además personajes de referencia como Florentino Pérez y Antonio Garrigues Walquer, secretario general y presidente respectivamente del PRD o conseguir una fuerza que equilibrara el inmenso poder que había conseguido el PSOE. La apuesta no prosperó porque en las elecciones de 1986, de nuevo el PSOE consiguió mayoría absoluta y la «Operación Roca» se quedó en eso, un intento fallido más de situar un tercer partido nacional fuerte en el tablero político español.

Algo parecido ocurrió con Unión Progreso y Democracia (UPyD) partido impulsado por la socialista Rosa Díez, militante destacada de los socialistas vascos, que abandonó el partido por diferencias con la dirección en los momentos más duros de ETA. Para esta aventura contó con el apoyo de Fernando Savater y Albert Boadella que también estuvieron en los inicios de Ciudadanos. Su presencia pública en los doce años de su existencia (2008-2020) tampoco cumplió con el objetivo de asentarse en la escena política española y como éxito más notable fue conseguir cinco diputados en el parlamento español.

Todos estos vaivenes que se han ido produciendo en el panorama político español, lejos de consolidar fuerzas alternativas, han dejado a muchas fuerzas políticas condenadas a la irrelevancia hasta su desaparición. Y en algún caso han dado lugar a la aparición de partidos territoriales que a duras penas se siguen manteniendo en sus zonas respectivas.

El paso del tiempo ha demostrado que el ejercicio de la responsabilidad política que la Constitución otorga a los partidos no es tarea fácil y que aquellos que empiezan de nuevo encuentran serios problemas para mantenerse en el tiempo. Tan solo partidos con tradición y con historia PSOE, PNV, ERC y el PP por lo que significa en su poder de aglutinar a las fuerzas conservadoras, mantienen fuertes estructuras que les permiten aguantar los avatares que el ejercicio de la política conlleva. Otros tradicionalmente fuertes, como pudieron ser el PCE o CiU, se han visto diluidos en otras fuerzas políticas por problemas internos o cambio en las situaciones sociales que se han ido produciendo.

Este viaje a ninguna parte de la política española está provocando la aparición de fuerzas territoriales que buscan influir en el poder central para conseguir beneficios para sus comunidades. Por otra parte la salida de Abascal del PP y la consolidación con Vox como fuerza de extrema derecha en las instituciones, está añadiendo un factor que puede ser desestabilizador del tipo de sociedad que la democracia ha ido construyendo. Del mismo modo por la parte izquierda del tablero político la irrupción de Podemos está recogiendo el descontento de muchos votantes de partidos tradicionales fundamentalmente progresistas, que están viendo como se pierden derechos conseguidos y que provocan un aumento de la precariedad social, económica y cultural.