Un tercio de las víctimas mortales de la carretera en el pasado fin de semana eran menores de 30 años, de lo quiere deducirse la mayor peligrosidad de los jóvenes al volante. Pues no; los jóvenes tienen su peligro, pero el número de involucrados en accidentes es rigurosamente proporcional al porcentaje de ese segmento de edad en la población, de modo que no se accidentan ni más ni menos que los adultos o los ancianos. Mejor sería saber cuántos de los fallecidos del fin de semana fueron, en realidad, asesinados.

Se pondera mucho el sufrimiento, pero nada o muy poco se dice de las víctimas pasivas del tráfico, esto es, de los que circulando con sumisión a las señales y a las normas perecen por la acción delincuente, homicida, de otros. ¿Cuántos son? ¿Quién hace su recuento? ¿Quién busca justicia para ellos? Los bandidos del automóvil no asumen que para suicidarse al volante no es menester hacerse acompañar de nadie al otro mundo. A esos asesinos del automóvil, que lo utilizan como arma más letal que el cuchillo o la pistola, no se les aplica, sin embargo, las penas que establece la Ley para los delitos de homicidio, y los cementerios se van poblando de inocentes y las salas de rehabilitación de tetrapléjicos. La delincuencia al volante no tiene edad, y los jóvenes, si bien tienden a desconocer el peligro y a sentirse invulnerables, lo compensan con mayores reflejos y resistencia al cansancio. Las víctimas de los asesinos de las carreteras pierden, una vez que se han cruzado con sus matadores, la edad.

*Escritor y periodista