En estas fechas viene a cuento hablar de la muerte. Aunque aún hay personas incapaces de afrontar esta inevitable circunstancia de la propia vida con un mínimo de lógica o de respeto a los demás. Ahora, como está en marcha una ley para despenalizar y regular la eutanasia, el tema se ha puesto más polémico... si cabe.

Todas las personas son dueñas de su vida y de su muerte. Esto es lo esencial. Ni la Ley ni el Estado ni la Iglesia ni Dios mismo, si lo hubiere, pueden disponer de la existencia de nadie. Es un derecho elemental que permite el libre albedrío y da pie a que podamos elegir cómo irnos de este mundo, sobre todo cuando la vida se ha convertido en algo insufrible, en no-vida.

El pasado lunes, en un debate que se celebró en Buenos días, Aragón (Aragón TV), mientras el representante del Colegio de Médicos y un servidor discutíamos (con la mayor cortesía posible, porque ya estamos duchos en estos encuentros y personalmente nos llevamos muy bien), los realizadores pasaron una entrevista con un señor que lleva tres años tendido en la cama, con un gravísimo accidente cardiovascular a cuestas, las dos piernas amputadas y una paralización que solo le permite mover un brazo... pero muy poco. Ese ciudadano (con su esposa, allí presente) pedía a gritos una salida, acabar con aquello, el descanso, la liberación definitiva de la degradación y el dolor... ¡Por favor! Después de escucharle sobraban argumentos y argumentarios. Sobraban las torpes y míseras maniobras del PP para impedir que la eutanasia salga adelante. Sobraban los absurdos escrúpulos de muchos médicos alienados por imperativos religiosos o por su incapacidad para entender que la muerte es inevitable y que, cuando no cabe la curación, es la única alternativa. Sobraban los dogmas y las idioteces. Aquella persona necesitaba una respuesta operativa que no fuese la de jódase usted y aguante otros tres años en el infierno. Y quien crea que eso es lo que habría de imponérsele ha de saber que tal condena a un inocente es en realidad un crimen contra toda la humanidad.