Es el título de un libro de John Keane editado por FCE (2018). Admitir que la democracia puede morir cuando parecía que ideológicamente la victoria sobre el fascismo estaba garantizada, hace pensar. Fueron los valores democráticos los que salieron victoriosos del siglo XX. Se suponía que todas las sociedades políticas, de una manera natural, en una evolución imparable acabarían adoptando esta forma de Gobierno. La democracia sería la estación de llegada para un tren que corre más lento o más rápido según los lugares, pero que acabaría llegando irremediablemente. Serían los propios ciudadanos cultos los más interesados en defender los valores democráticos, la justicia, la libertad, la igualdad, el derecho a tener derechos. Los hechos parecen demostrar otra cosa. Ni se ha construido ese tipo de ciudadano culto y socialmente responsable ni los valores propios de la democracia son reconocidos como universales. A veces se ejerce el derecho al voto precisamente para concedérselo a quien trabaja incansablemente por los valores contrarios. Se defiende la cáscara democrática pero se le rellena de elementos autoritarios o se atacan derechos que la democracia debería garantizar. No solo es el derecho al voto libre, secreto e informado, la democracia se demuestra en muchos espacios sociales como las relaciones entre los géneros, la lucha contra la discriminación, las relaciones laborales, la garantía solidaria contra los riesgos de la vida y por supuesto con la división de poderes. También con la supremacía sobre los poderes ocultos de las grandes corporaciones que tratan de imponerse a la voluntad de los ciudadanos. Y la lucha contra la corrupción. La esperpéntica extrema derecha acaba de proponer la formación de un Gobierno anticonstitucional y antidemocrático, la muerte de la democracia. En eso están.

*Profesor. Universidad de Zaragoza