Año nuevo, vida nueva. Y sin embargo este aforismo para nada sugiere una ruptura con el pasado, sino su asimilación crítica y desapegada, de manera que los hechos vividos no actúen como lastre sino como fuente de sabiduría para llevar a buen término, en el año que vamos a estrenar, nuestros mejores proyectos personales, así como los de los gobiernos de las naciones, con las miras puestas en una sociedad en avance progresivo hacia la paz, la sostenibilidad del planeta, la justicia y la reducción de las desigualdades económicas a nivel regional y mundial.

De acuerdo a estos objetivos, la Unión Europea puso en macha en 2014 el plan Horizonte 2020, cuya finalidad última era la de conseguir que en este año que ahora comienza, las naciones integrantes hubieran estado en condiciones de poder destinar el tres por ciento de su Producto Interior Bruto (PIB) a la financiación de iniciativas, proyectos de investigación y desarrollo tecnológico; algo que de haberse conseguido (España, aún se halla lejos de esa cifra) habría posibilitado, según las estimaciones efectuadas en el plan, nada menos que la creación de 3,7 millones nuevos puestos de trabajo. Y quizás una de las razones de este desfase se deba a que en España, el pasado -que debería ser Historia- sigue sin estar críticamente asimilado, de manera que, obstinadamente presente en todos los ámbitos de la esfera pública, sigue actuando como una pesada losa que nos impide avanzar con ilusionada unidad hacia el futuro.

Una vida nueva que, por otro lado, en ningún modo puede significar olvido de lo que fue y ocurrió, pues de no existir el pasado, tampoco el mundo nuevo tendría sentido. Vida nueva que solo lo puede ser si nace del amor, la solidaridad y la reconciliación, exiliando de nuestros corazones cualquier sentimiento de rencor, de ira o de resentimiento.

Vida nueva que nos enseña que cualquier tiempo pasado no fue mejor, y que -afortunadamente- las nuevas generaciones disfrutan de un bienestar, unos servicios sanitarios e infraestructuras públicas infinitamente mejores de las que tuvieron nuestros padres y abuelos. Y sin embargo, en no pocas ocasiones optamos por la comodidad de poner el acento en manifestar nuestro disgusto por lo superficial y huimos de la responsabilidad que cada cual tenemos en la resolución de problemas que son de interés general. Hoy 31 de diciembre, último día del año, la Iglesia celebra la festividad de San Silvestre, Papa que murió en el año 335, y cuyo nombre, de origen latino, significa «hombre del bosque»; bella metáfora de lo que entraña toda vida nueva: avanzar desde el terreno agreste y todavía no cultivado (como el año recién estrenado cuyas hojas del calendario están por escribir) para acabar con los deseados frutos de una buena cosecha. De ahí que las populares y multitudinarias carreras pedestres (las San Silvestre) que tienen lugar en la noche del último día del año, sean también un símbolo de la nueva carrera de la vida que para todos comienza.

*Historiador y periodista