Tomarse la tele a la tremenda solo nos asegura dolor de alma. La tele debería ser la última opción para sentirnos humanos, dado que todo en ella es irreal. Los humanos nos aguardan en la calle, en las tabernas y en los rostros. Los jóvenes tan apegados a sus ofertas de distracción electrificada, colman las listas de desapego escolar. Lo dicen los informes: España lidera la huida de las aulas.

Me acuerdo de ello mirando Los imprescindibles (La 2), dedicado al poeta Jaime Gil de Biedma. Una de las secuencias que me emocionan es ver a una maestra actual ponerles de tarea la poesía de este catalán insatisfecho. A chicos de 12 años les cuenta la esencia de su pensamiento, y les advierte que no importa que ahora no comprendan bien sus poemas, porque algún día, esa carga emocional, volverá a sus vidas.

Me parece revolucionario. Poetas en las escuelas. Soltar dosis y píldoras de versos para que algún día germinen. Quizás esos chicos de 12 años no comprendan del todo aquello de "Que la vida iba en serio/ uno lo empieza a comprender más tarde/, como todos los jóvenes, yo vine/ a llevarme la vida por delante", pero de pronto una noche se alarmarán ante el destello de una luz.

Gil de Biedma fue además un cachondo. Un bon vivant. Un niño bien de izquierdas. Que desparramaba su fragilidad en noches filipinas. No se sabe que mirase mucho la tele. Sin embargo tuvo un gran amigo en el que fuera director de RTVE, Alberto Oliart. Extraños misterios de la vida.