He disfrutado enormemente estos días con la autobiografía de Woody Allen, A propósito de nada, llena de momentos desternillantes (te arranca carcajadas desde la misma dedicatoria). Hay muchos aspectos de la infancia y de la juventud del genio neoyorquino que no conocía. Como humano que es, cae en lo que caemos muchos cuando evocamos nuestro pasado y recordamos con melancolía lo buenos deportistas que éramos en nuestros años mozos. Allen al parecer también lo fue, muy atlético y deportista, lo que quizás no le pega con esa imagen torpe y desmañada que se ha creado su personaje en las películas. Y rememora lo bien que se le daba el béisbol, el tenis, el baloncesto… De hecho, cuando se encuentra con sus antiguos compañeros, algunos le comentan que sus películas son flojicas, pero que cómo bateaba, madre mía. Supongo que Julio Iglesias lamentará de la misma manera no haber sido una leyenda del fútbol… También Woody echa por tierra esa fama que tiene de ser un intelectual (de intelectual confiesa que solamente tiene las gafas de pasta), pero que le ha venido bien aparentar serlo básicamente para ligar. Confiesa asimismo que aunque desde niño ha tocado el clarinete y le encanta la música y el jazz, lo cierto es que como intérprete no tiene ni oído, ni ritmo ni talento alguno, y que ha recorrido el mundo entero con su banda solamente gracias a su fama como cineasta, haciendo ímprobos esfuerzos para intentar sonar medianamente aceptable. Me encanta cuando se quiere librar a toda costa del servicio militar y tras sopesar un montón de excusas, resignado y aterrado se empieza a comer las uñas. «¿Se come las uñas?», le preguntan. «No apto», escriben. Si disfrutaron con sus Cuentos sin plumas, no se pueden perder su autobiografía. Apta para los mejores lectores.