El Ayuntamiento de Zaragoza ha resuelto un problema de movilidad que afecta a diez mil familias zaragozanas que habitan edificios antiguos sin ascensor: una modificación del Plan General permitirá instalar elevadores a través del pequeño hueco de la escalera o bien de los patios interiores. Probablemente ésta es la medida más cómoda para los vecinos, pero en absoluto es la más eficaz, ni la más económica, ni la más vanguardista, pues en muchas ciudades europeas --y alguna española con las ideas tan claras como Bilbao-- los ayuntamientos han resuelto el problema de los viejos barrios con mucha agudeza y con una eficacia la mar de colorista.

La cosa empieza por reservar pisos en los nuevos barrios para acomodar allí a los vecinos de las viejas barriadas que por cuestiones de edad necesitan mayor calidad de vida: por ejemplo, calefacción y ascensor. Y las viejas barriadas --pongamos que hablamos de las casas sindicales de Zaragoza-- se habilitan, a modo de modernos lofts , para gente más joven que no tiene inconveniente en subir tres o cuatro plantas para ocupar un diáfano espacio de alquiler, logrado a fuerza de derribar tabiques. La obra no resulta cara y sería muy apetecible para los potenciales inquilinos que pasarían a rejuvenecer viejas barriadas que no tienen más valor arquitectónico que estar catalogadas en la arquitectura barata del racionalismo de los años cuarenta. Así se han recuperado los barrios grises del viejo Berlín, el Abandoibarra bilbaíno y el barrio pesquero de Amsterdam, gente joven para revitalizar con más energía las traseras de la ciudad.