María es abogada. Con la crisis no lograba que su pequeño despacho fuera rentable. Un día en la notaría se reencontró con un compañero de carrera. «Hola, qué tal, cuánto tiempo». Le alegró mucho verla, ahora era notario y la recordaba como la más brillante de su promoción. El amigo propuso un café para ponerse al día. María se sinceró: estaba a punto de cerrar el despacho y buscaba trabajo fijo. Si en la notaría había alguna vacante estaba dispuesta a empezar desde abajo. «Desde luego, sería fantástico, si surge algo te llamo», contestó el notario. Al poco tiempo, María volvió a la notaría para legalizar otra escritura. De nuevo todo fueron parabienes y entusiasmo, pero esta vez su antiguo compañero no podía tomarse un café, tenía que entrevistar a un candidato. A María se le cambió la cara. El amigo se dio cuenta de que había metido la pata y se despidió a toda prisa. En la sala de espera María vio a los aspirantes al puesto, ninguno superaba los 30. Llegó a casa desconsolada. Lloraba y su marido, que también lleva tiempo sorteando el paro, no entendía nada. Pero María sí. En un clic había comprendido que nadie volvería a contratarla. Tiene 53 años. Ha cogido el traspaso de un bar en su barrio y sale adelante creando tapas. «Era el único trabajo en que me iban a contratar porque me contrataba yo misma» confiesa.

Conozco demasiada gente en esa situación y el problema es muy grave. No solo porque si a esa edad no trabajas tampoco cotizarás para la pensión y corres serio riesgo de exclusión, sino porque a los 25 si no logras empezar tu carrera profesional, al menos tienes padres que te apoyan y la sociedad está sensibilizada. El paro juvenil cuenta con programas públicos y dotación económica, el paro sénior no. A los 50 el progenitor eres tú, nadie puede sostenerte porque bastante tienen tus ancianos padres con mantenerse a sí mismos, si no están ya a tu cargo.

Ser parado con más de 45 es sentirse un fracasado, un torpe y de nada vale que te repitas ¿qué hice mal?, ¿será mi culpa? Es estructural. La crisis se cebó con los de más edad porque era la manera más sencilla de recortar gastos, poniendo en la calle a los empleados de más antigüedad. La angustia es inmensa.

Aunque se habla más del paro juvenil, en España el problema real es el paro sénior. A partir de cierta edad como te quedes fuera será muy difícil reengancharse por muy buen currículum que tengas. Es como si la experiencia y el conocimiento jugaran en tu contra. Los maduros son poco atractivos para los empleadores. «A ver si esta va a saber más que yo y me quita el puesto», parecen pensar. «Mejor un jovencillo que aguante y no ponga pegas», dirán otros. Uno de cada dos parados tiene más 40 años y son el 60% de los de larga duración. La paradoja es que somos un país con una de las expectativas de vida más altas y la tasa de natalidad más baja, es decir, de abudante población madura que es necesario que trabaje y contribuya. Pero hay ámbitos laborales en los que no existen: camareros, recepcionistas, azafatas, cajeras, dependientes de comercio... Todo el sector servicios parece consagrado al culto a la juventud y la lozanía. Vivimos rodeados de jóvenes seguramente mal pagados, pero muchos maduros estarían dispuestos a trabajar con ellos con tal de salir del paro. ¿Por qué no lo logran? En los países anglosajones tiene un nombre: ageism o viejismo. Significa que alcanzar una edad es indeseable, porque lo aceptable socialmente es ser joven. Empezando por la apariencia todos andamos en esa carrera loca e inútil. El tiempo nos alcanzará y el joven un día será también un previejo de 45, 50 o 55. ¿Qué vamos a hacer con ellos?

Imagino a consultores y directivos que han aprendido en escuelas de negocios a abaratar costes y hacer ingenierías financieras, encogerse de hombros y mirando a otro lado al grito de «que se ocupe el Estado». Pero el Estado lo hacemos todos con nuestras aportaciones. ¿Queremos un país donde gran parte de nuestros conciudadanos precisan ayudas o preferimos que aporten y puedan reincorporarse a una sociedad que es suya?

El pasado 20 de junio, UGT anunció que el Gobierno acepta incluir sus propuestas para desempleados mayores dentro de su Estrategia para el Empleo. Algunas medidas buscan que cuando lleguen a la jubilación tengan una pensión digna. Eso está bien, pero es imprescindible que antes puedan volver al mercado laboral. Mientras tanto toca insistir en la pregunta: somos un país que discrimina a quien madura. ¿Tiene eso alguna lógica?

*Escritora y guionista