La nueva avenida extraordinaria del Ebro ha vuelto a poner sobre el tapete de la opinión el debatido asunto del mantenimienrto del cauce. Si hay que dragar, drenar, limpiar, retirar escombros y sedimentos o dejarlo todo tal como está, al albur de la naturaleza y de la providencia, así el cauce se reduzca, pierda profundidad por el depósito de gravas y arenas, le crezcan islas o lo colonicen algas y especies invasoras.

Los afectados, esos cientos de agricultores y ganaderos que han perdido esta semana 200 millones de euros, están a favor de los trabajos de mantenimiento y refuerzo orientados a garantizar sus cosechas y cabañas. Cuentan con el apoyo de los regantes, y, por lo general, de sus organizaciones sectoriales y profesionales, así como los partidos conservadores.

La izquierda, en cambio, y los movimientos ecologistas y naturalistas apuestan por la llamada nueva cultura del agua, cuyos dogmas se basan en la conservación a ultranza y una mínima, o ninguna intervención, de modo que cada río, el Ebro, en este caso, discurra libremente, ya inunde o no cultivos, granjas o poblaciones.

Mientras ambas posturas permanecen sentadas en opuestos extremos de una mesa de negociación que no se ha convocado, convendría recordar que el Ebro no es ni mucho menos un río libre, idílico, paradisíaco o virgen. Muy por el contrario, es uno de los cauces más regulados de Europa, precisamente por la violencia de sus avenidas. Lo que ocurre es que dichas regulaciones están situadas en la cabecera (Santander, Burgos), donde el caudal es menor, o ya cerca de la desembocadura (Cataluña) donde grandes embalses, como el Mar de Aragón, lo conducen mansamente al delta.

El tramo no regulado es, por tanto, el tramo central, de Logroño a Sástago, siendo a su paso por La Rioja y Aragón donde las riadas, alimentadas por las aportaciones de los ríos pirenaicos, causan mayores destrozos. Es aquí, y no en el Ebro en su conjunto, donde se genera el periódico problema de las inundaciones y, en consecuencia, donde debe encontrarse la solución.

Mientras persistan las riadas, pescadores en aguas revueltas, como el presidente de Murcia, Fernando López Miras, seguirán utilizando la demagogia para reclamar usos que no les corresponden y tienen cubiertos con otras aportaciones e inversiones. Urge una solución, ¿pero cuál?