Los necesitamos pero no los queremos. Por eso acuden, porque los necesitamos, y ese es "el efecto llamada". Poco a poco van ocupando por necesidad, la suya y la nuestra, los puestos de trabajo que nosotros no queremos. Es natural. Nosotros ya estábamos aquí cuando ellos llegaron, somos los primeros y ellos los últimos: por eso ocupan el último lugar, para servirnos. Pero no los queremos, no en la misma mesa en la que nosotros comemos, y a ser posible nos gustaría verlos sólo en el tajo y, mejor aún, que fueran invisibles como los ángeles de San Isidro.

A diferencia de otros que se ven y se dejan ver porque tienen papeles, y derechos, aunque no se les quiera ver demasiado; y de los que se ocultan porque no los tienen y son como si no fueran, sin derechos, aunque son y están donde hacen falta, los que mendigan no pueden ocultarse tengan o no tengan papeles. Y estos son los que más nos ofenden. Y sin embargo pertenecen ya al mismo mundo que nosotros, igual que el mendigo Lázaro y el rico Epulón de la parábola. Los emigrantes que vienen a mendigar, cuando apenas quedan mendigos españoles, son los nuevos pobres que hacían falta. Es cierto que los españoles se quejan de la competencia de los mendigos extranjeros, sobre todo de los rumanos, pero sin más razón de la que tienen los que se quejan por lo mismo en niveles superiores de ocupación. Como es sabido todos queremos un puesto de trabajo, a ser posible fijo y bien remunerado, y no precisamente trabajar, que eso es lo que quieren los empresarios, sólo ellos o casi, y sólo esto además de que la gente gaste todo su dinero en consumir.

Desde el punto de vista de los mendigos profesionales, no hay razón para que se excluya la mendicidad como posible ocupación. Es difícil compartir este punto de vista. Si ya es difícil mirarles a los ojos, cuánto más ponerse en su lugar y ver el mundo con sus propios ojos. Pero quizás deberíamos intentarlo.

HACE AÑOS me sorprendió un mendigo en la puerta de una iglesia, no por estar donde estaba, claro, sino al ver cómo se comportaba. Lo vi sentado y leyendo un periódico, creo que era El País , fumaba, y en el suelo su gorra puesta boca arriba en la que los fieles echaban su limosna, y él seguía sin levantar los ojos como podía hacerlo un funcionario con poco trabajo detrás de una mesa. Fue la primera vez que pensé que los mendigos podían tener su ocupación.

Desde un punto de vista más objetivo, deberíamos preguntarnos si la pobreza es necesaria en nuestro mundo y si, por tanto, la limosna, la beneficencia y toda clase de ayudas de miseria que reciben los pobres no será la paga por el servicio que prestan; es decir, por cargar con el excedente de necesidades que produce la economía en una sociedad opulenta para que la demanda tire y el sistema funcione. Pero esto supone mantener a los pobres en su pobreza; aunque no queramos verlos, se les saque de la calle o no se les deje entrar. Cuando se practicaba la penitencia pública en la Edad Media los pobres y los penitentes compartían los atrios y los harapos, aunque no los crímenes. Los pobres acudían a las puertas de las iglesias para pedir a los fieles una limosna por el amor de Dios y se les llamó, por eso, "pordioseros". Los pecadores públicos, a quienes se les negaba el acceso a la eucaristía, se vestían como los mendigos para hacer penitencia y pedir a los fieles que entraban en la iglesia una oración por sus pecados.

AL RELAJARSE la disciplina penitencial, se conmutó la pena por una limosna y quienes pudieron pagar con ella por sus pecados se reconciliaron con la Iglesia. De esta suerte los "pordioseros", a cambio de una limosna, se subrogaron para satisfacer la pena de los verdaderos culpables. Vinieron después las órdenes mendicantes haciendo votos de pobreza, con lo que se institucionalizó dentro de la Iglesia la mendicidad y el carisma de los "pordioseros" cuya especie siguió evolucionando de puertas afuera. De ser así, como parece, los mendigos que vemos en las puertas de las iglesias todavía y cada vez más en las puertas de los supermercados, serían el producto de una adaptación de los pordioseros a una religión del consumo en una sociedad secularizada.

Sacar a los mendigos de la calle no es integrarlos en la sociedad. Es hacerlos invisibles. Hay que sacarlos, sobre todo para librarlos de las mafias. Pero nada se hará con ellos y para ellos, si no se considera su punto de vista y se critica el nuestro. Para ver que otro mundo es posible.

*Filósofo