Les voy a dar una tregua del machaque de «se acaba el mundo, vamos a morir todos», estos días tan de moda por la cumbre del Clima. Los humanos somos así y, valga la ironía (je, je), vamos de la gran sequía a la gran remojada. Así que quiero poner el foco en un detallito que dice muy bien quienes somos como sociedad. Supongo que habrán oído hablar de la supuesta violación que ocurrió en una pasada edición de Gran Hermano, y de cómo, al hacerse público cómo manejó la cadena el asunto, los anunciantes han huido en masa del programa. No es de eso de lo que quería hablarles, no. Sino de que los anunciantes se habrán marchado, pero la audiencia no. Es más, el pasado domingo, Gran Hermano tuvo la mayor cuota de pantalla desde 2015. Ya saben lo que eso quiere decir, ¿no? Pues varias cosas. La primera, que si la audiencia sigue, los anunciantes, ante el próximo escándalo, se quedarán en lugar de marcharse. Lo segundo, que los que ven el programa se pasan por el arco del triunfo la falta de ética, incluso bordeando la criminalidad (y eso lo decidirán jueces, no yo) que ha exhibido la productora, todo con tal de ver a una colección bastante extraña de raros interactuando en una casa. O sea, que es más importante el espectáculo que da gente con nombres raros, currículum cero e imagen arrabalera, que se frota, lloriquea, malmete y se cabrea, que el pensar que esa dinámica de programas propugna hechos tan siniestros como una posible violación.

¿De verdad pensamos que este mundo tiene futuro? ¿Que nos va a importar el clima más allá de la media hora de esta semana? Si nos da igual que una concursante diga que la han violado, a los osos polares ya les pueden ir dando…

*Periodista