Cuatro casos de mujeres asesinadas en siete días. Aunque en realidad son seis, porque dos de ellas no entran en las cifras oficiales por no ser pareja o expareja del agresor. Se trata de una excuñada y una exsuegra de un bestia que se llevó por delante el lunes en Pontevedra tres vidas en presencia de dos niños de 4 y 7 años. El martes le tocó el turno a una mujer en Ciudad Lineal (Madrid), también en presencia de sus hijas de 8 y 10; el sábado fue detenido un hombre en Viladecans acusado de la muerte de una enferma hipoglucémica a la que no solo dejó morir en un brote de su enfermedad, sino que además grabó con el móvil en plena agonía; y ayer mismo, a una ciudadana alemana en Mallorca. ¿Hasta cuándo? Los expedientes se acumulan en un verano en el que solo en julio hubo nueve mujeres asesinadas por violencia machista en España. A ello habría que sumar el extendida aberración de las violaciones, muchas de ellas en manada, como si de un cruel efecto dominó se tratara (se calcula que ha habido alrededor de medio centenar de agresiones sexuales en grupo en lo que va de año, cuando en todo el año 2018 se tuvo conocimiento de 60).

Dos fenómenos que comparten una misma raíz, un machismo enquistado, agresivo e incapaz de ver a la mujer como a un igual. No ha de haber tregua en las actuaciones de prevención de los cuerpos de seguridad, en la atención a las víctimas y en el castigo ejemplar. Pero con ello no basta. Tras el maltrato cotidiano, los crímenes con resultado de muerte y las agresiones sexuales en las que grupos de hombres parecen reproducir patrones de dominación violenta transmitidos a través del porno sigue agazapada una visión intolerable de la mujer que debe ser combatida a través de la educación, la movilización y la denuncia constante de todas las formas de violencia machista.