Las elecciones autonómicas en Euskadi y Galicia han quedado suspendidas por la pandemia del coronavirus, un hecho sin precedentes en la democracia española pero que es perfectamente comprensible por los problemas de movilidad y de organización de una campaña electoral normal, la previsible alta abstención y los posibles sesgos del voto porque las personas de mayor edad tendrían más dificultades para acudir a las urnas. Estas mismas razones abonaban la suspensión de la primera vuelta de las elecciones municipales en Francia, que, sin embargo, se celebraron el domingo contra toda lógica. Con todo el país pendiente del virus y el Gobierno pidiendo a la población que se recluyera en sus casas, era absurdo que al mismo tiempo se les invitara a votar al mantener la convocatoria. Y el desastre ha sido monumental porque solo un 45% de los franceses acudió a votar, menos de la mitad por primera vez en la historia de la Quinta República y 20 puntos menos que en el 2014, pese a las medidas de higiene que se adoptaron en los colegios electorales.

Este fracaso debe adjudicárselo el presidente de la República, Emmanuel Macron. El otro fracaso del presidente es el que corresponde a su partido, La República en Marcha, cuyos candidatos quedaron en su mayoría terceros en las grandes ciudades y por debajo del 10% en otras. Del resto de los resultados destaca la subida de los ecologistas y la resistencia de los partidos tradicionales, Los Republicanos (derecha) y el Partido Socialista, en sus feudos. La derecha conserva Niza y Cannes, aunque puede perder Marsella y Burdeos.

Los socialistas obtienen una victoria en París y encabezan el escrutinio en Lille, Nantes y Rennes, mientras que la extrema derecha está a un paso de hacerse con Perpiñán. Al final, Al final, se ha impuesto la lógica que no se quiso aplicar en la primera vuelta y la segunda ha quedado suspendida. Pero la celebración en solitario de la segunda vuelta plantea problemas jurídicos. Algunos expertos sostienen que debe anularse también la primera.