Regularmente asistimos estupefactos al baile de números que facilitan las comunidades autónomas y el resumen diario del Gobierno. Recibimos el martilleo de cifras que nos indican cómo crecen las filas del ejército del covid 19. Contagiados, asintomáticos, leves, graves, personas en planta, uci y muertos. Entre líneas se dibujan triquiñuelas que tratan de moderar el impacto de una realidad que lejos de sonrojar a nuestro dirigentes les sirve en ocasiones para sacar pecho sin percatarse de que miles de muertos en un momento de paz son muchos muertos. Son datos que suenan a mentira y que no concuerdan con lo que día a día vemos en nuestros hospitales y centros de salud.

Detrás de cada número, hay una persona con nombres y apellidos, que tiene padre y madre, hermanos y hermanas, hijas e hijos, nietas y nietos, amigos y compañeros que han sufrido durante la enfermedad y que ahora lloran su ausencia. Nombres como Alfredo, Javier, Eloy, Gloria, Pedro, Marina y así hasta llegar a esos miles que día a día escuchamos. Todos ellos han sufrido en soledad la angustia de la espera de noticias de los equipos médicos, la tristeza del día a día sin poder acompañar a los suyos, a los enfermos en el hospital y a los familiares en el obligado confinamiento. Han combatido como han podido la ansiedad que provoca la falta de resultados a lo largo de los días y finalmente el dolor de su muerte, una muerte en soledad para la que no han encontrado el consuelo y cariño de los suyos. Finalmente buscan y buscan una explicación para lo que ya no tiene remedio.

En unos momentos tan graves y tan cruciales para el futuro de nuestro país sobran las referencias, muchas, al «qué hay de lo mío». Son momentos en los que la verdad hay que plantearla a los ciudadanos con toda su crudeza y es exigible que la solidaridad se convierta en el eje de las políticas gubernamentales con el compromiso de todos de estar a la altura de las circunstancias. Y ahí sigue nuestra clase política, enzarzada en una pelea, en una sinrazón, que no guarda relación con el problema que estamos viviendo. Tenemos al frente un Gobierno complejo en su formación, con una oposición en constante martilleo que no pone sobre la mesa propuestas que den resultados. Y la prueba está en que el virus no encuentra trabas para su desarrollo en ninguna Comunidad Autónoma, llámense Madrid, Galicia. Andalucía, Castilla-León o Murcia (PP) Castilla La Mancha, Aragón, Valencia, Extremadura o Baleares (PSOE) y las históricas País Vasco o Cataluña. Y tampoco Europa ha dado con una ideología que pueda con el virus.

Me vienen a la memoria las palabras que Pilar Manjón , presidenta de la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo, en el Parlamento tras los atentados del 11/03/2004, «Señorías, ¿de qué se ríen?» En estos momentos se podría decir lo mismo: Señorías, ¿por qué discuten? ¿qué tiene que pasar para que se pongan de acuerdo?. Necesitamos un refuerzo y máxima consideración de nuestro sistema sanitario, con presupuestos y acciones decididas para luchar contra nuestro mayor enemigo, el virus. Nadie se imagina que en una guerra convencional dividiéramos nuestras fuerzas para enfrentarnos al enemigo. Pues así estamos y desde la calle los ciudadanos quieren unidad de acción porque por este camino iremos derechos al desastre.El virus anda suelto y la euforia que ha provocado el anuncio de la primera vacuna no es una garantía para bajar la guardia porque el riesgo al que en estos momentos estamos expuestos es máximo. Y no lo olviden, los ciudadanos tenemos memoria. H *Periodista