La presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas, visitó esta semana Zaragoza y fue recibida con los máximos honores por las principales autoridades. El presidente de Aragón, Javier Lambán, que nunca ha ocultado su predilección por un pacto entre el PSOE y la formación naranja, la recibió en la sede del Ejecutivo aragonés y le concedió la sala de las ruedas de prensa para que hiciera sus valoraciones políticas. Desconozco qué interés general para la comunidad tenían las palabras de la principal responsable de Ciudadanos, desconozco a quién representaba más allá de a los votantes de su partido para que tuviera un espacio destinado habitualmente, o así debería ser, a ruedas de prensa de asuntos ajenos a la política de partidos. Por cierto, felicidades a Arrimadas por regalar con tan buen gusto: obsequió al presidente con las obras completas de Manuel Chaves Nogales. También estuvo en las Cortes, donde Javier Sada, el presidente del Parlamento, sede de la soberanía aragonesa, le atendió brevemente de forma oficial, más allá de la cortesía propia del anfitrión. Hizo lo propio el alcalde de Zaragoza, Jorge Azcón, quien también recibió a la presidenta de un partido que fue votada por 34.949 zaragozanos de los 503.821 que tenían esa opción en las pasadas elecciones generales. Meses antes, en las municipales, fueron 60.552. Pocos, pero suficientes para permitirle ser alcalde. Llamativa la hospitalidad de las tres principales instituciones que tienen sede en la capital aragonesa. Me pregunto si semejante bienvenida se habría cursado a otros líderes políticos estatales. Pienso en Santiago Abascal o Pablo Iglesias (en el caso de que no viniera como vicepresidente del Gobierno, incluso sospecho que ni siquiera si hubiera venido como responsable gubernamental habría recibido la misma acogida).

Esta reflexión puede parecer insustancial en tiempos en los que los límites entre lo institucional y lo partidista son difusos, en los que ofende cualquier objeción y en los que las tragaderas empiezan a tener la dimensión de un agujero negro, pero no es baladí. Acostumbrados los responsables políticos a hacer de su capa un sayo, la recepción institucional parece normal, pero no debería serlo.

Demuestra que Inés Arrimadas y Ciudadanos, descendente en apoyos electorales, interesan y mucho al PSOE y el PP en Aragón. A ninguno de los dos les interesa que caiga en lo insustancial un partido que intenta recuperar el centro y ese espacio liberal con el que tuvo su razón de ser y que abandonó por los garrafales errores de cálculo y estrategia de Albert Rivera. La propuesta de Ciudadanos les resulta cómoda, puede ser el mejor aliado en futuras convocatorias electorales en una tierra de difíciles mayorías y ambos trabajarán para que no caiga en la irrelevancia. Ciudadanos se benefició de la polarización en Cataluña para crecer, y exportó ese modelo al resto de España añadiendo a su patriotismo un supuesto rechazo a la confrontación ideológica tradicional de la izquierda y la derecha. Le funcionó hasta que Rivera se sumó a esa polarización y se evidenció que la mayoría de los cargos de la formación eran, en realidad, personas de la derecha, versos sueltos aparte. Arrimadas ha entendido que le conviene volver a ese gran centro ideológico abandonado por el PP, ya que la lucha por conquistar el espacio conservador está muy disputado y además lo gana Vox, algo que el PP aún no ha entendido. Quien mejor representa en su partido esa centralidad es Ciudadanos Aragón. Su líder, Daniel Pérez Calvo, fue el gran perjudicado por la estrategia de su anterior presidente, pero como persona hábil que es entendió cuál era su papel y qué objetivo debe tener su formación si quiere optar a entrar en algún Gobierno, máximo objetivo, como es normal, de la formación. No tendrá problemas para que Lambán y Luis María Beamonte le ayuden en el cometido. A los dos les interesa.

Eso también lo debe saber el PP en el Ayuntamiento de Zaragoza, donde se dice que la llave es Vox cuando quien tiene todo el manojo es Ciudadanos. A punto estuvo de pactar la Alcaldía con el PSOE. Conviene tenerlo en cuenta, porque bastaría una orden de Arrimadas para que las tornas cambiasen. Improbable, pero en política lo que hoy parece imposible mañana puede ser una certeza.