La pandemia ha acabado con las esperanzas de vida de más de 90.000 visones. Nadie se manifestará por ellos ni les rendirán homenaje sentimental dentro de un año, como ocurrió con otras especies, en otras épocas y con otros gobiernos. Al instante recordé la historia de cómo fueron diezmados los topos en Rusia. La contaron, antes de la caída del muro de Berlín, Shmelev y Popov, que no eran una pareja cómica del circo ruso, sino dos economistas moderadamente críticos con el sistema en que vivían: ante la creciente demanda de la piel de topo los planificadores soviéticos subieron el precio que se pagaba a los cazadores por la misma; al poco tiempo los almacenes rebosaban de pieles de topo, que acababan pudriéndose y seguían llegando. La cosa duró hasta que los encargados de fijar los cientos de miles de precios en el sistema de planificación central tuvieron tiempo material de abrir aquel expediente y bajar el precio pagado a los cazadores para que estos dejaran de cazar topos. La anécdota la referían Nikolai Shmelev y Vladimir Popov en su libro Punto de inflexión, revitalizando la economía soviética, en el que planteaban soluciones como buenos soviéticos, aunque ya con cierto desaliento. La experiencia sirve como paradigma de las dificultades de intentar imponer restricciones al funcionamiento de la economía e insistir en emprender medidas que nunca han funcionado, pero que de forma incomprensible se siguen propugnando, seguramente porque serían estupendas si fueran realizables. Keynes ya lo había advertido mordazmente: «Es asombroso cómo una doctrina tan ilógica, absurda y torpe como el socialismo marxista puede haber ejercido, de modo tan poderoso, una influencia sobre las mentes de los hombres y, a través de ellas, sobre los acontecimientos de la historia». Lo anterior ilustra la diferencia sustancial entre la economía liberalizada y la economía intervenida, que consiste en el modo en que se fijan los precios, cualquier precio, en una sociedad: por el mercado en la economía liberalizada, por el gobierno en la economía intervenida. Resulta paradójico que desde posiciones oficiales en España se agiten banderas intervencionistas en muchas áreas de la actividad económica mientras se acude a uno de los centros neurálgicos mundiales de la economía liberal de mercado como es la Unión Europea. Celebrar con gran pompa un acuerdo de percepción de fondos ligado al cumplimiento de severas condiciones dentro de la ortodoxia económica más restrictiva parece poco compatible con lanzar soflamas intervencionistas desde las mismas instituciones. Lo que se calla o se dice con la boca pequeña en Europa se proclama a gritos en casa, porque mucha gente en España prefiere las palabras a la realidad.

DE ESTE MODO las leyes inexorables de la economía se sustituyen por las soflamas de quienes dicen luchar por el futuro de todos, aunque con frecuencia se limitan a garantizar el suyo. Tras el pacto europeo aprobando el plan de reconstrucción, con emisión de deuda comunitaria por vez primera -una pica en Flandes-, en España esperamos el maná europeo, que llegará no exento de exigencias. Estas nos van a obligar, si queremos que no se nos discuta el envío de fondos, a afrontar nuestros problemas esenciales, a saber: demasiado paro, demasiado trabajo temporal, un sistema de pensiones en entredicho cuya reforma nos empeñamos en ignorar, políticas fiscales y sociales muy desiguales e injustas por territorios y algunas más. Nuestras necesidades son muchas y el acierto en el diseño de medidas y la no dilapidación de recursos esencial. Mientras, en Asturias, probablemente por el acierto de las autoridades sanitarias, quizá con cierta dosis de fortuna, la pandemia parece menos severa que en otros lugares, podríamos caer en la arrogancia de pensar que hemos encontrado la clave de las actuaciones adecuadas de futuro; sería ilusorio creerlo porque, como alguien parece ya habérselo advertido a quien debía, los ingresos tributarios este año se derrumbarán, la actividad difícilmente se recuperará de la atonía sin políticas decididas y decisiones acertadas y un nuevo llamamiento a la modernización y reforma de la Administración no será por sí solo suficiente.

A la espera está el futuro de los empleos -que es lo más importante-, los problemas de los sectores económicos y los empresarios que cumplen las reglas y se arriesgan pese a todo. Un gran empresario asturiano dice que el problema de Asturias es que es una ventana demasiado sugerente, lo más cercano al paraíso, nuestro eslogan, y cuesta ponerse en marcha teniendo tanto y tan hermoso que contemplar. Además, ahora viene el estío, las fiestas y las ganas de olvidar los malos momentos. Está muy bien, seamos optimistas, pero eso debiera querer decir que analizaremos con realismo la situación y haremos lo posible por mejorar, no que incurriremos en la frivolidad de los entusiastas, esos que se acercan directos al abismo bailando el Xiringüelo.