El mayor éxito del sistema está en poder generalizar la opinión de que la situación en que vivimos es la mejor posible. No estoy hablando, claro, del momento presente en el que el “bichito” está poniendo contra las cuerdas a una buena parte de la humanidad. Hablo de esa pesada losa que “el poder” carga sobre las espaldas de los sectores menos favorecidos de la sociedad, por la que se nos hace pagar, una tras otra, todas las facturas del enriquecimiento de una minoría de la población, y además se nos quiere hacer creer que eso es inevitable, la mejor opción, porque en cualquier momento el “ascensor social” nos hará ser partícipes de esa elite privilegiada, y que cualquier alternativa que cuestione la gran verdad universal revelada por el Dios Mercado, y predicada por sus serviles sacerdotes, lleva al desastre.

Pero en el mundo entero, en todos los continentes, en cada país, miles de incorfomistas se empeñan en llevarle la contraria a ese Dios y a sus sacerdotes, y pelean día a dia en sus empresas para disputar parte de la riqueza que se genera fundamentalmente con sus manos y sus cerebros , con su fuerza de trabajo, y así conseguir un más justo reparto de la riqueza.

Miles de luchadoras y luchadores no han dejado de pelear, y lo siguen haciendo, en la calle, en las instituciones, por conseguir mejoras sociales, para que la sanidad sea un bien universal. Para que a la educación de calidad puedan acceder todas las personas en igualdad de condiciones. Para que las personas en desempleo tengan recursos para sobrevivir. Para que las pensiones sean públicas y garanticen una vida digna una vez llegada la jubilación. Para que los servicios públicos sirvan para compensar, al menos en parte, las enormes desigualdades que este sistema impone a la gente.

Millones de herejes de esa religión universal, a los que la losa ideológica dominante, ni les impone su pensamiento ni les arredra en el día a día, se organizan en Sindicatos y libran una batalla contra ese pensamiento único, contra ese dogma, de que “siempre ha habido pobres y ricos y siempre los habrá”. No se dejan colonizar ideológicamente y continúan luchando por una vida mejor, más digna, con mayores cotas de libertad y de igualdad para ellos, para sus compañeros y compañeras.

Cada 1º de Mayo, y desde hace muchos años, los herejes de todo el mundo nos confabulamos y salimos a las calles, todavía en muchos países jugándose el pellejo, y nos sentimos solidarios no solamente con los que peor lo pasan en nuestro país, sino con todos aquellos que sufren miseria, guerras, represión, cárcel, muerte... Año tras año, la evidencia, con mayor o menor intensidad, de que hay esperanza, de que otro mundo es posible, mientras sueñen y peleen por él gentes con una calidad humana excepcional, que todavía mantienen una escala de valores propios que poco tienen que ver con los que los nos destilan los incansables acumuladores de riqueza, por tierra, mar y aire.

He tenido el privilegio y el honor de sustentar responsabilidades durante algunos años en mi Sindicato, en CCOO, una organización que recoje un tradición de lucha por las libertades, el bienestar y las condiciones laborales, incluso en las situaciones más adversas. Me he sentido orgulloso de la sabiduría y el saber hacer de muchos de los dirigentes de mi Sindicato, de la sabiduría colectiva para ir adecuando la lucha sindical a los cambios de vértigo, de la determinación para erradicar los comportamientos impropios de algunos dirigentes. Se que en ocasiones nos equivocamos, que hemos cometido errores y que el margen de mejora, en muchos aspectos, es todavía largo. Pero también se, que son muchos y muchas sindicalistas los que no se instalan en el confort y se esfuerzan día a día en trabajar por ser mejores, por construir y reconstruir de forma permanente un Sindicato que de respuesta a las cada día mas cambiantes circunstancias y demandas del mundo del trabajo. El esfuerzo realizado para dar respuesta sindical a todos niveles en estos meses de pandemia, dan fe de esa capacidad de adaptación a los nuevos retos.

Pero el 1º de Mayo siempre me lleva la mirada hacia las y los sindicalistas sin sillón, sin galones, sin títulos, los que trabajan en el día a día en las empresas, los que tienen que lidiar, no con los representantes de CEOE o Cepyme, sino con sus empresarios, con los que disputan cuatro euros y sienten que cada mejora para sus trabajadores les sale de su bosillo con dolor. Reencuentro emocional, y racional, con los que están en el meollo duro de la disputa de la riqueza, con sindicalistas de empresa capaces de pelear y también de acordar con un empresariado que, en demasiados casos, no entiende eso de que la democracia entre en los centros de trabajo,. Personas sanas, comprometidas, que emplean parte de su tiempo, de sus conocimientos, de su vida, de sus recursos, en la pelea sindical, sin aspirar a cargos, haciéndolo sencillamente por puro compromiso moral y social, algo que en los tiempos que corren, a menudo es difícil de entender. Renuncian a promoverse profesionalmente en sus empresas, asumen en muchas ocasiones ser vistos como bichos raros por sus compañeros y como auténtios incordios por sus jefes.

Siempre he sentido una gran admiración y un profundo respeto por esas personas íntegras e inteligentes (las que no lo son, tan solo son oportunistas que no merecen el título de sindicalistas), que se la juegan en el terreno más hostil, con la animadversión de las direcciones de las empresas y, en algunas ocasiones, también con la incomprensión de algunos compañeros. Ellas son el Sindicato de verdad. Por esas personas valientes, sindicalistas, me siento orgulloso de estar comprometido con el movimiento sindical, con la lucha de los obreros en el mundo entero y de conmemorar cada año el 1º de Mayo.

*Sindicalista. Presidente de la Comisión de Garantías Confederal de CCOO.