Por desgracia, el grito de júbilo con que los liberales españoles celebraron la proclamación, hoy hace 200 años, de la Constitución de Cádiz no concuerda con los tiempos de crisis, austeridad y recortes del Estado del bienestar que sufrimos. Pero eso es solo porque con los años se ha impuesto la versión peyorativa de ese grito, de modo que ahora ¡Viva la Pepa! viene a significar una actitud irresponsable, irreflexiva o de despilfarro. Frente a ese sentido que ha adquirido la expresión, hay que volver al espíritu original, que saludaba la primera Constitución liberal española como un intento de regeneración del sistema político y una superación del antiguo régimen de la monarquía absolutista mediante la aprobación de un texto avanzado a su tiempo que instauraba la división de poderes, la soberanía nacional y la representación política. Discutida y aprobada en Cádiz, mientras las tropas napoleónicas bombardeaban la ciudad, la Pepa reconocía muchas libertades hasta entonces vedadas, pero se convirtió también a la postre en el ejemplo del fracaso en España del Estado liberal y de las revoluciones burguesas que habían triunfado en Inglaterra, Estados Unidos y Francia. La carta era ambigua con la monarquía, excluía a sectores de la población y negaba la libertad religiosa. Pero, dos siglos después, debe verse como un ejemplo de regeneración, modernización y consagración de la libertad.