En estos momentos, uno de cada tres españoles tiene un puesto de trabajo temporal. Es decir, no sabe si dentro de un mes o de tres o de seis podrá pagar la hipoteca del piso, podrá pagar las letras del último electrodoméstico o disfrutar de un par de semanas de vacaciones. Es decir: uno de cada tres españoles depende para alcanzar su equilibrio vital, familiar y económico de un empleo basura, con duración que nadie está en condiciones de asegurarle. A eso se le llama vivir en el alambre.

Esa situación, por más que nos digan, poco o nada tiene que ver con la globalización. Tiene que ver más con características, obviamente perversas, de la economía española y de nuestro peculiar mercado de trabajo. Porque no en todas partes ocurre lo mismo. De hecho, España es el país de la Unión Europea, recientemente ampliada a veinticinco socios, que tiene la tasa de empleo precario más alta. Más que Polonia, Hungría o Chequia, países de los que, en apariencia, nos separa un abismo de bienestar.

Las implicaciones de tener tres veces más empleo temporal que la media de la UE --según cifras incuestionables de Eurostat, la oficina de estadística comunitaria-- son de una gravedad difícil de ocultar. Estamos edificando una sociedad dual, donde conviven personas con expectativas vitales de signo diametralmente opuesto, donde el reparto del trabajo es extraordinariamente injusto y donde millones de personas viven en la inseguridad, la precariedad y en la asimetría social. Pongámosle remedio.

*Periodista